Ana Martín es trimalamadre y residente en Chicago de hace ya varios años. Su aventura en EEUU comienza cuando se traslada allí para estudiar junto a su novio, la vida quiso que se instalara definitivamente allí tuviera a sus tres buenoshijos. Nadie le había contado lo que era ser madre y menos en un país extranjero con costumbres alejadas de las nuestras, tampoco nadie le enseñó a ser madre de un niño con necesidades especiales (a su segundo buenhijo le detectaron sordera a los 6 meses). Sin embargo, y a pesar de no tener familia, sus amigos se han convertido en perfectos sustitutos y se toma la vida con toda la filosofía del mundo. Ana fue una de las ganadoras de nuestro concurso “si tu historia pudiera ser un libro…”.
*Podéis seguirla en Twitter, en Instagram y en su blog.
Cuando era pequeña y aún jugaba con muñecas, mis Nancys y mis Chabel vivían en España. A veces eran mamás, a veces periodistas, incluso alguna fue casco azul, según cambiaban los planes de aquella niña de diez años. Pero siempre, siempre vivían en España. En mi pueblo.
Mis Nenucos y mis Barriguitas oían, tenían buena salud, no tenían TDAH y casi, casi siempre se portaban bien. Las Barbies nunca me gustaron, debía ser porque ya entonces también sabía que nunca me iba a convertir en una. Como muchas niñas de mi generación, mis muñecas fueron mi primer entrenamiento para ser madre, mi primer contacto con un bebé, aunque fuera uno de mentira.
Ser madre en un país extranjero
Pero la vida da muchas vueltas, y mis planes y sueños infantiles acabaron pasando por rodeos, baches, desviaciones y muchos, muchos puentes. De los sueños a la realidad va un mundo, y ningún juego me preparó para ser madre en un país extranjero, ni para tener un hijo con necesidades especiales.
Llegué a Chicago de carambola, a estudiar siguiendo a mi entonces novio, y sin planes de quedarme más de dos años. Ahí llegó mi primer desvío. Para mi sorpresa, le había cogido el gusto a eso de estudiar (en el colegio era un desastre repetidor, pero se ve que al final va a resultar que sí era culpa de las monjas), y quería quedarme a hacer un doctorado. Por el camino nos casamos, nos compramos un apartamento, e hicimos planes. Entre ellos tener niños.
El primero nos llegó a mis 27. Ya llevábamos varios años en Estados Unidos, pero aún así, rodeada de estudiantes universitarios, yo era la primera embarazada que conocía en este país. Con mi experiencia nula de un sistema sanitario que parece un mamut, planeé mi parto bajo el agua, natural, en plan hippie…
Ahí me llevé la primera leche. El primer desvío. Resultó que terminó en una cesárea por “failure to progress” (qué ganas de culparnos siempre de todo…), durante la que a mi bebé le causaron un neumotórax, que hizo que pasara la primera semana de su vida conectado a mil tubos en la UCI de neonatos, y que yo pasara mi primer año de maternidad llorando por las esquinas. No pude cogerle en brazos ni darle de mamar hasta el sexto día. Si ya convertirte en madre en un país y un idioma que no son los tuyos es, cuando menos, raro, añadirle una estancia en la UCI, sin nadie de la familia alrededor, lo convierte en una odisea. Gracias a mi montón de bienintencionados buenosamigos estudiantes, que nos acompañaron en esos días, y a una doula postparto que se ha acabado convirtiendo en mi referencia materna en este país, sobrevivimos aquellas primeras semanas.
Como pude, como supe, me fui adaptando a esto de ser madre a jornada completa en este país en el que la gente no se va a tomar un café después del cole, y donde los niños no juegan al fútbol en las plazas, donde no había comidas en casa de los abuelos los domingos, ni primos con los que jugar. Los amigos de mi hijo eran de España, Italia, Perú, Alemania, Argentina, México… Nuestras “playdates”, citas para jugar, parecían reuniones de la ONU en pequeñito. Y así fuimos adaptándonos a los Cheerios, la avena, los parques, las tres mil clases a las que nos apuntamos para buscar amigos.
Cuatro años más tarde, y después de varios intentos perdidos, de varios baches, llegó mi niño arco iris. Embarazo perfecto, parto vaginal después de cesárea perfecto, bebé gigante (cuatro kilitos y medio) y perfecto, que dormía perfecto. Hasta que a los seis meses nos empezó a dar la sensación de que no oía. Y empezamos a ver especialistas, y terapeutas, y audiólogos. Y resultó que no, que no oía, nada de nada. Tanta perfección se fue al carajo bien rápido, y una vez más en un sistema sanitario extranjero, una vez más en un idioma que no era el mío, tomamos nuestro segundo desvío, que cambió la vida de toda la familia para siempre.
De repente, de la noche a la mañana, me convertí en madre de un niño con necesidades especiales
Parecía el mismo que el día anterior, pero que nunca sería el mismo que el día anterior. Un niño por el que había que tomar un montón de decisiones médicas, ninguna de ellas fácil. En dos semanas nos hicimos el equivalente a un master en sordera. Y en seis meses, y después de volver a casa, a España, para una segunda opinión, decidimos cruzar el primer puente, que consistió en un implante coclear que a sus 7 años de ahora le ha permitido aprender inglés, español, y lengua de signo americana. Lo que ahora puedo condensar en un párrafo fueron años de dudas, de sustos, de horas y horas al volante camino de terapia, de hospitales, de consultas médicas. A estas alturas, cosas que hace seis años nos parecían inalcanzables son parte de nuestra rutina, y casi no nos acordamos de cómo era nuestra vida antes.
Y como somos unos animados, tuvimos un tercer niño, el tercer chico, que nos llenó la casa de alegría y de risas, porque es un cascabel sonriente y parlanchín, y también la hizo aún más caótica, si es que eso era posible. Es el niño trampa, porque con él todo fue fácil, todo fue “normal”, no hubo baches, ni desvíos, ni nada, sólo una carretera recta y con buen firme.
Y aquí seguimos, en Chicago, a 6639 kilómetros de casa, posponiendo eternamente nuestros planes de regresar, volviendo cuando podemos, que nunca es suficiente, viviendo entre dos mundos, entre dos culturas, entre dos idiomas, con un océano entre las piernas, siendo siempre extranjeros, inmigrantes, sintiéndonos siempre un poco raros, y sabiendo que nunca estamos donde deberíamos estar. Llevando la vida de locos que se lleva aquí entre el trabajo, el colegio, las extraescolares, el fútbol, y sorprendiéndonos aún de que las cosas sí son como en las películas y las series. Malamadreando con un batallón de amigos que se han convertido en familia, que van y vienen, y gracias a los cuales la vida aquí es menos solitaria.
A lo largo de esta década larga de madre fuera de casa he dado de mamar durante casi diez años, he pasado de “stay at home mom” (madre que se queda en casa, que es mucho menos bonito pero mucho más acertado que maruja) a trabajar a jornada completa fuera de casa, he perdido la cuenta de cuántos viajes a urgencias llevamos (pero me consuelo porque no hemos necesitado ni un punto de sutura), he aprendido que viajar sola con tres niños no es lo peor del mundo, y hasta puede ser una aventura, he organizado 19 fiestas de cumpleaños lejos de la familia, y me he adaptado a un sistema que aún me sigue resultando casi marciano.
Pero, sobre todo, he aprendido del mejor refrán de los estadounidenses: “When life gives you lemons, you make lemonade”. Cuando la vida te da limones, haces limonada. Que yo traduzco en que cuando te encuentras con baches y desvíos, siempre puedes disfrutar de las vistas. Y en general acabas llegando al mismo sitio. A pesar de lo que hicieran las muñecas que tenías de pequeña.
Y vosotras Malasmadres, ¿sois Malasmadres en país extranjero? Nos encantaría conocer vuestras experiencias en los comentarios.
Qué gustado leerte! Aquí malamadre Catalana Viviendo con buenpadre Puertoriqueño en Virginia USA. Bipadres de 2 niños de 7 y 2 ,el mayor fuimos a tenerlo a Barcelona, el segundo nacido aquí en la base Americana del Army. Hace 8 años que estoy embarcada en ésta aventura de locos y es exactamente cómo lo explicas! Mientras nuestros hijos crecer aquí de la forma más natural,nosotras que ya no sabemos a dónde pertenecemos y que siempre, siempre nos sentimos fuera de lugar…porqué no conoces las histórias detrás de las canciones, los dobles sentidos de los anuncios, ni los chistes de otras épocas! Dejámos de tener memória histórica y nos esforzamos para qué no se nos note lo mucho que echamos de menos los bocadillos de chorizo a la salida del cole o el olor de las farmácias…una plaza, una pescadería, una amiga,tu madre…
Pero siempre en positive, cómo decía aquél! Viviéndo el sueño Americano! Qué no es necesariamente el mío,pero que me vale porqué todo vale la pena por ésos locos besitos y un buenpadre que lo da todo por nosotros! Precioso y reparador leerte! Ya mismo empiezo a leerte en el blog!
Ana. Me ha encantado como cuentas esa historia de coraje, cariño y buen humor. Soy Merche, la madre de Eva Madinabeitia. Todos estamos tan orgullosos de ti. Sigue así. Besos
Muchísimas gracias por tu comentario, Meche, me ha hecho mucha ilusión. Creo que tu fuiste la primera madre coraje que conocí, aún te recuerdo llegando con un brazo roto y embarazada, y sin perder de vista a Eva ni un minuto. Tú sabes mejor que nadie que por los hijos se hace lo que sea, y cuando tienen algún “extra”, aún más. Un abrazo muy fuerte, y a ver si os vemos en verano.
Tri- Madre expatriada pero ya de vuelta en España. No puedo estar más de acuerdo en que tus amigos se convierten en familia y en que con una mezcla cultural acabas por no sentirte de ningún lado, y de todas partes, aunque te permite quedarte con lo mejor de cada lugar y crear tu propia “cultura familiar”. Yo ya de vuelta en España echo de menos el ambiente multi cultural que por inercia teníamos en US, sé que aquí también lo tengo pero en mi caso tengo que buscarlo más.
Soy madre expatriada por 3a vez = nasci en Uruguay – cresci en Brazil – me case y tuve a nuestra Princesa en España (Sevilla) y ahora vivimos en EEUU (Miami).
Estoy de acuerdo con dos cosas: 1 = el sistema de salud en EEUU es totalmente marciano; 2 = SI los amigos son la familia. Yo no crecí con ‘las comidas de domingo’ en la casa de los abuelos ni las navidades llenas de primos. Pero, recuerdo los asados de domingo en Brasil con los amigos de mis padres y ahora los repito.
Ana, si te sirve de consuelo crecer expatriada izo de mi una persona mas fuerte. Mas decidida, y cruzar al charco de Brasil a España y cambiar todo lo seguro por un amor que, en ese momento, no era nada seguro fue solo una ‘aventura mas’. Vas a ver que tus 3 niños serán dueños de su destino y tendrán la seguridad de que no importa donde estén TU serás su puerto seguro.Yo me siento así con mi madre y ella se sentía así con su madre (ya que ella también tuvo hijos expatriada).
Me encantó leerte. Saludos desde Miami 🙂
Te entiendo perfectamente! Gracias por compartir tu historia, leyéndote me siento muy identificada y menos rara y menos sola…
Habrá que acompañarse aunque sea en la distancia, porque somos muchas, Tania. ¿Dónde vives tú?
Ole ole y ole!!!
Gracias, Úrsula 🙂
Yo soy mala madre expatriada de dos hijos que llegaron como por milagro a mi vida (tengo endometriosis severa y no podía tener hijos).
Llevo 18 años en el Reino Unido y se perfectamente lo que significa que tus amigos sean tu familia y sentirse alíen en todos los lados…
Mi historia también es de lo más curiosa… algún día, cuando tenga tiempo, escribiré una biografía jijiji
Muchas gracias por tu comentario, Ana. ¡Espero poder leer tu historia algún día! El Reino Unido me encanta, aún no me quitado la espinita de querer volver a vivir allá.