¿Te has culpado alguna vez por trabajar demasiado? ¿O por salir con tus amigas y dejar a los niños en casa? ¿O quizás por desear tiempo para estar sola? Y aún peor, ¿a cuántas cosas has renunciado para evitar este sentimiento?
El sentimiento de culpa nos acompaña desde pequeñas. Recuerdo haberme sentido culpable incluso por cosas que no tenían mucho que ver conmigo. Pero si en algún momento se hizo especialmente intenso este sentimiento fue cuando empecé a plantearme la posibilidad de separarme. Desde aquel momento, esta culpabilidad sin sentido, me ha acompañado día sí, día también.
¿Cuántas mujeres hay que no se separan por miedo a cómo les puede afectar la decisión a sus hijos?
Entremos en materia. Hay dos tipos de culpa: la sana y la neurótica. La culpa sana es la que aparece como consecuencia de haber actuado mal, mientras que la culpa neurótica es aquella que surge por el convencimiento de no estar actuando del modo que sería más conveniente socialmente hablando. Ésta no tiene ningún sentido porque nos hace entrar en bucle, es autodestructiva y adopta forma de castigo. Es aquella que surge cuando no estamos haciendo nada malo, simplemente intentamos escuchar nuestras necesidades y queremos actuar de un modo que no está aprobado por una sociedad limitante.
“La culpabilidad es estar haciendo algo y sentir que deberías estar haciendo otra cosa”, Enric Corbera.
Es comerte un trozo de chocolate y pensar que te has saltado la dieta. Es llegar tarde de trabajar y pensar que tendrías que haber llegado antes. Es sentirte mal por querer que no termine nunca el colegio. Es ir a tomar una copa y volver corriendo a casa porque quizá no tendrías que haber ido. Es un sentimiento, muy habitual entre madres, que acostumbra a ir acompañado de emociones como la tristeza, frustración e impotencia.
Como consecuencia de ello, dejamos de hacer cosas que en realidad queremos hacer porque queremos evitar sentirnos mal. Muchas veces la culpabilidad es fruto de no haber tomado la decisión que creemos que la sociedad o nuestro entorno aceptará mejor. Tenemos miedo al rechazo y dejamos de actuar cómo deseamos por el miedo a sentirnos excluidas o juzgadas.
Nacemos con el ‘gen de la culpabilidad’, la tenemos incrustada en nuestra mente y no sabemos vivir sin ese sentimiento, a pesar de que nos resta energía, nos hace infelices y nos acaba consumiendo.
La peor culpa es aceptar una culpa basada en creencias sociales que no van contigo. El resultado es que desde la culpa no podemos transformarnos ni mejorar nuestra situación. El secreto está en asumir la responsabilidad de nuestra vida y para ello, tenemos que desarmar la culpa.
¿Por dónde empezar?
- Observa. Haz una lista de todas las situaciones que te hacen sentir culpable.
- Identifica la creencia que va asociada a este sentimiento en cada una de las situaciones.
- Redefine cada creencia en una nueva más adecuada a tu forma de pensar, que impida que nazca el sentimiento de culpa.
- Asume la responsabilidad de tu vida y decide dejar de culpabilizarte por cosas que no van contigo.
- Fluye con el sentimiento de culpabilidad hasta que tu plan funcione.
Tienes la capacidad de transformarte para poder crear una realidad diferente. Haz todo lo que esté en tus manos para no alimentar este sentimiento tan profundamente destructivo. Sólo existe la responsabilidad. La culpa es una creación de tu mente.
Quedarte atrapada en la culpabilidad es una decisión tuya y significa que no estás asumiendo la responsabilidad de vivir tu propia vida.
Una separación es un proceso de cambio muy complicado y, a pesar de que soy una gran defensora de los procesos de transformación, la realidad es que no hay cambio sin sufrimiento. Por eso es importante ser consciente de todo lo que vives para estar alerta y no añadir más sufrimiento del que ya tienes.
Si no pones conciencia la culpabilidad acaba formando parte del hilo musical de tu vida. Me recuerda al cuento del perro y el clavo oxidado. Se trata de un perro que está llorando porque tiene un clavo oxidado clavado. Una niña, después de intentar ayudarlo de todas las maneras, pierde los nervios y le cuestiona por qué no quiere dejarse ayudar. A lo que el perro responde “si no me levanto es simplemente porque no me duele tanto como para hacer el esfuerzo de levantarme”.
¿Cómo sería tu vida sin ese sentimiento de culpabilidad? ¿Cómo te sentirías?
No seas como el perro del clavo oxidado. No te conformes viviendo así. No merecemos sentirnos culpables por nada, y mucho menos por habernos separado. Es una culpa neurótica que proviene de la conciencia social. Escucha a tu corazón y siéntete en paz contigo.
Y tú, ¿qué dejas de hacer en tu vida porque te sientes culpable? Te leo en los comentarios.
No tengo fuerza por la mañana para “echarme a la vida”,después sigo durmiendo hasta la tarde y luego pienso que esto no es vida,que soy un desastre de persona
Mil gracias Anabel, como bien dices es necesario para a reflexionar toda la carga mental que llevamos y que queda invisible.
Buenas,
como bien dices muchas veces tenemos que parar a pensar que estamos haciendo, nos cargamos muchas cargas que a veces no se deberían llevar…
La verdad es que pararse a reflexionar una vez por semana o día nos haría mucho bien.
Gracias,
Besos!
Anabel