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El valor de la inteligencia emocional

El valor de la inteligencia emocional

El concepto inteligencia emocional es relativamente joven. Aunque somos una generación que llevamos tiempo escuchando hablar y hemos leído a cerca de la inteligencia emocional, todavía tenemos mucho que aprender sobre todo ello.

No podemos negar que fuimos una generación educada de un modo diferente al que ahora mismo estamos tratando de educar a nuestros hijos e hijas, y esto hace que, aunque las emociones se estén poniendo con mayor relevancia sobre la mesa, nos falte mucho conocimiento y práctica  para saber integrar el modelo adecuado o que nos hemos propuesto donde la inteligencia emocional sea la base del método.

Para poder hablar de inteligencia emocional tenemos que irnos a los comienzos de dicho concepto.

El término inteligencia emocional aparece por primera vez en 1990, en un escrito de los psicólogos americanos Peter Salovey y John Mayer, como la capacidad de regular y controlar los sentimientos de uno mismo y de los demás y utilizarlos como guía del pensamiento y la acción. Sin embargo, fue con la publicación del libro La Inteligencia Emocional (1995) de Daniel Goleman cuando el concepto se comenzó a difundir más rápidamente.

La inteligencia emocional esta compuesta por ciertas habilidades y rasgos de personalidad: la empatía, la expresión y comprensión de los sentimientos, control del temperamento, independencia, simpatía, capacidad de resolución de conflictos o adaptación, habilidades sociales o respeto, entre otras.

Por lo que la inteligencia emocional se podría definir como la habilidad para identificar sentimientos y emociones propias y ajenas y la habilidad para acompañarlos y gestionarlos de un modo funcional.

Viendo lo importantes que son las emociones, que nos acompañan en cada momento, acción y situación, resulta difícil creer que no sea una asignatura obligatoria en los centros educativos, ni exista el compromiso de formar a los adultos que acompañan en infancia en ello, ya que ya se sabe el impacto que tiene educar en inteligencia emocional, cuidar la salud mental de los niños y las niñas y favorecer sus habilidades emocionales.

Resulta complejo y llamativo que hoy en día y tras hechos tan relevantes como el COVID-19, la DANA de 2024, o la erupción del volcán de La Palma de 2021, donde hemos visto como los datos de la salud mental de los jóvenes y los adultos se ha visto realmente afectados, la inteligencia emocional siga siendo un plus o un anexo a la hora de acompañar la infancia, y ya ni qué decir de la adolescencia o la etapa adulta.

Es innegable que los seres humanos somos seres emocionales, que sentimos y percibimos la vida a través de nuestras emociones, las cuales nos brindan aprendizajes valiosos para toda la vida.

Todos los recuerdos que generamos van unidos a una emoción, es por esto que negar, invisibilizar o relativizar las emociones que sentimos no es lo más adecuado para potenciar nuestra inteligencia emocional.

Estudios recientes en neurodesarrollo y psicología confirman que la emoción es clave para el aprendizaje. El Dr. Francisco Mora explica que la neurociencia cognitiva afirma que sólo aprendemos de verdad aquello que nos impacta y nos genera una emoción.

Por eso es crucial enseñar a los niños a hablar de sus emociones desde pequeños
. Esto no sólo les proporcionará una herramienta fundamental para sus vidas, sino que también ayudará a los adultos a comprender mejor este aspecto aún desconocido para muchos.

Los niños necesitan ver en los adultos un modelo de conducta y acompañamiento emocional, ya que somos sus referentes y el espejo donde se ven reflejados. Por lo que los adultos somos los primeros que debemos hablar de nuestras emociones delante de ellos, desde la calma y la serenidad, pero ofreciendo una realidad adecuada a su comprensión y conocimiento.

Es por esto que es importante aprender a poner palabra a lo que sentimos, sin miedo a hablar de cualquier tema que aparezca en familia, generando un espacio de confianza y seguridad, donde no existan temas tabú, ni el miedo a la decepción o el fracaso.

Nuestros hijos e hijas necesitan poder expresar aquello que sienten con calma y con la confianza de ser sostenidos, estando presentes y disponibles para ellos aún en situaciones incómodas o desagradables como la muerte, un suspenso, una ruptura, el sexo o el incumplimiento de una norma familiar.

Es esencial educar en inteligencia emocional, entendiendo que no existen emociones buenas ni malas, sino que todas son necesarias y fundamentales para poder vivir en sociedad, ya que aunque algunas resulten menos agradables o cómodas de experimentar son necearías para poder tomar decisiones, llevar a cabo acciones concretas o aprender a realizar las cosas de un modo distinto. Todas son motor de vida y por lo tanto, son imprescindibles para el ser humano.

Sólo hay que aprender a acompañarlas de un modo que resulten funcionales y no limiten nuestro bienestar y crecimiento personal.

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