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Ellas opinan: la madralidad

Ellas opinan: la madralidad

Hoy a nuestro blog llega el relato de una buenahija, Lucía Arechederra, estudiante de Literatura General y Comparada y amante de los relatos. El sexto sentido de las madres, madralidad como lo llama nuestra protagonista del blog, es el hilo vertebrador de esta divertida historia que hoy ha escrito para nosotras. ¡Esperamos que os guste! A mi me ha hecho recordar a la buenabuela, lo sabía todo sin que nadie se lo dijera. ¿Y a vosotras os pasa?

lucia arechederra ficha

*Podéis seguirla en  @luciaarechederra.

Escapar de casa de Loso el oso ha sido la cosa más difícil que he hecho en toda mi vida, más incluso que intentar explicarle a mi madre por qué llegaba tarde a casa aquella noche. En cuanto mamá humana me vio plantado en el umbral de nuestra cueva con rasguños, moratones y cortes por todo el cuerpo vi como la madralidad le atenazaba. Sé que estaréis pensando ¿Madralidad? ¿Ha dicho madralidad? Este niño no sabe hablar. Pues bien, resulta que sí, que sí se hablar. Es solo que mi hermano y yo creamos esta palabra cuando éramos pequeños para describir la reacción de nuestra madre en algunas situaciones peliagudas, como por ejemplo, cuando casi lo tiro por el barranco, o cuando el panadero me atizó con una baguette gallega del día anterior por robarle un pastelillo.

La madralidad se reconoce fácilmente

Los primeros síntomas son pupilas dilatadas, manos al pecho o a la cabeza (mi hermano y yo hemos comprobado a lo largo de los años que esto se debe a los diferentes niveles de gravedad de las gamberradas), gritos con voz aguda, pero lo suficientemente altos como para que te piten los oídos en los que se incluye el siguiente vocabulario: ay Dios mío, ¿cómo has podido? ¡Te quedas sin cenar! Y más derivados… Y por último, pero no menos importante: el lanzamiento del zueco. Esto consiste en que la víctima (o sea yo) corra por todo el salón intentando escapar como si fuera una mosca chocando contra el vidrio de un tarro y en mi madre con ojos felinos persiguiéndome a una velocidad sorprendente para una mujer de cincuenta años demostrando su puntería, acertando la gran mayoría de las veces en mi trasero.

En fin, que me voy por las ramas, mi madre me lo dice a menudo. Volvamos al tema. Estaba yo en el umbral de la cueva cuando la madralidad de mi madre se apoderó de ella brutalmente y empezó el proceso que acabo de describiros. Normalmente yo siempre intento justificarme en estos momentos. Que si el pastelito saltó hacia a mi boca sin que yo pudiera hacer nada para evitarlo, que si Pablito me pidió que le empujara por el barranco porque quería saber si era como tirarse por un tobogán… creo que sabéis a lo que me refiero. Pero esta vez estaba tan impresionado que no dije nada de nada para defenderme. Ante esta derivación de la ru na, mi madre aparcó la madralidad por un momento y me preguntó un poco más relajada lo que había ocurrido. Al principio me negué a contárselo porque no quería asustarla, así que le dije que me había caído en la chumbera del camino. Sin embargo creo que tanto vosotros como yo conocéis el poder persuasivo de las madres. Consiguen todo lo que se proponen gracias a ese don, ni el mejor encantador de serpientes podría superarlas, diría yo.

De modo que mamá humana consiguió que le explicara de una vez que es lo que me había ocurrido aquella mañana mientras me dejaba un salmonete bien fresco destripado en la mesa para cenar. Todo comenzó cuando aquella mañana me hallaba por el bosque intentando cazar un buen venado para que mamá humana hiciera un buen asado con él, cuando de repente delante de mis narices encontré un tarro de cristal con la mejor y más exquisita miel gallega que había olido jamás. Sin pensarlo un segundo cogí el tarro y comencé a devorar el rico dulce de su interior. Pero en cuanto la miel tocó mi lengua esta comenzó a quedarse tonta y a dormirse en mi boca. Asustado intente correr hacia casa para pedir ayuda, pero todo mi cuerpo poco a poco fue sumiéndose en aquella parálisis que acabó haciéndome caer en la tierra mojada del camino. Justo cuando mis ojos estaban nublándose una enorme figura apareció ante mí y me cogió en brazos sin que yo pudiera oponerme.

Cuando desperté me costó mucho asimilar donde estaba. Noté que mis manos estaban atadas al respaldo de la silla más pequeña e incómoda que podía existir ya que los brazos y el respaldo de esta se clavaban en mí sin piedad. También me percaté que alguien había sustituido mi desnudez previa por un ves do de seda morada brillante con un corsé tan apretado que empezaba a notar como mis costillas protestaban. Sin embargo lo que más me aterró fue darme cuenta de donde me encontraba.

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Delante de mí había una enorme mesa redonda de té con un mantel bordado con platos, tazas, pastas y pasteles además de una humeante tetera lista para tomar. Sin embargo ni siquiera los ape tosos pasteles pudieron distraerme de los comensales que se encontraban a mí alrededor. A mi derecha se encontraba un señor tan gordo que el bonito conjunto color crema que llevaba dejaba a la vista su gran barriga peluda. A mi izquierda se encontraba Filomena, mi vecina de la cueva de enfrente, que me miraba mientras sus lágrimas corrían todo el maquillaje que le cubría el rostro. Los dos estaban amordazados. Y por úl mo, en frente de mí había un enorme oso de peluche. Si no hubiera estado tan asustado me habría resultado hasta mono con ese lazo tan esplendoroso y elegante que cubría su cuello y con ese estampado a cuadros azules y blancos tan bonito. Pero sus ojos, dos botones grandes y negros, me miraban feroces a juego con una sonrisa maligna. Me maldije por haber bebido de aquella miel tan deliciosa. Mi madre siempre me había dicho que tuviera cuidado con lo que comía, pero nunca creí que lo dijera por si podía encontrarme veneno en lo que tomara.

  • Bienvenido Pedrito, soy Loso el Oso, estoy encantado de conocerte por fin.- Dijo el oso con una voz tan aguda que me recordó a mamá humana. –Llevaba mucho empo queriendo invitarte a mi fiesta del té. Siempre que te veía jugar con tus amigos desde la ventana de mi casa pensaba en invitarte, pero como tú y los demás niños de las cuevas nunca os habéis acercado no sabía cómo pedírtelo. ¿Un poco de té?- Dijo mientras servía la bebida en las tazas del señor gordo y de Filomena.
  • ¡No que me envenenas!-Contesté inmediatamente. – ¡Déjanos salir de aquí!-Exigí dando patadas al aire y retorciéndome en mi silla.
  • Está bien, en endo que no quieras beber, pero no puedo liberaros. ¡Ahora sois mis amigos y vamos a jugar a la fiesta del té para siempre! -Dijo loso con una sonrisa macabra.

Pero entonces, alguien llamó a la puerta y sin permiso se introdujo en la habitación. ¡Era otro oso! bueno, llevaba un ves do azul así que supuse que era una osa.

  • ¡Mamá Osa!- Grito el oso Loso. –Estoy jugando con mis amigos, vete y déjanos en paz.

Pero Mamá osa se quedó mirándonos a todos con inquietud y de repente se llevó las manos a la cabeza, se le dilataron las pupilas y empezó a rugirle a su osezno. Mamá osa también sufría de madralidad: ¡-Pero Losín! ¡Estos no son invitados! ¡Están amordazados! ¡Ya estás otra vez secuestrando a gente y obligándolos a ser tus amigos! ¡Así no se consiguen Losito mío!, ¡ enes que ser tú mismo!

  • ¡Pero Mamá!- Rugió El oso Loso rojo de la vergüenza.- ¡Me estás avergonzando delante de mis amigos! ¡Vete y déjanos en paz!

En cuanto Loso dijo esto pensé que había come do un gran error al contestar a su madre, porque todos sabemos que lo que más odian las madres es que las contesten. Sobre todo en episodios de madralidad. Así que rápidamente me di impulso con la silla y me dejé caer hacía atrás al mismo tiempo que mamá osa le daba un gran zarpazo en la cara a Loso el oso. En cuanto toqué el suelo observé que a un palmo de distancia de mi silla había un cuchillo pringado de mantequilla por lo que, como pude, me arrastré como un gusano mientras Loso sollozaba y se desahogaba devorando al señor gordo y a Filomena. Me dio pena Filomena, me caía bastante bien, pero no me podía permitir hacerme el héroe en ese momento, tenía que escapar de allí como fuera. Por fin atrapé el cuchillo y aunque tardé más de lo que me habría gustado conseguí desatarme y correr hacia la ventana. Sin embargo Loso, que ya se había comido a las otras víctimas y que ya había parado de llorar, me vio y se abalanzó sobre mí para impedir que escapara. Sus garras arañaron mi espalda. Pero como dice mi profe de educación física, cuando quiero escaquearme de algo soy muy rápido, así que conseguí escaparme por los pelos. Con dificultad escalé por el marco de la ventana y, justo cuando Loso iba a cerrarla para atraparme de nuevo salté al vacío cayendo al suelo con un montón de volteretas y haciéndome aún más moratones.

Rápidamente, mientras Loso gritaba desde su cuarto que quería despedazarme, me levanté y me quité el ves do morado como pude. Mientras hiperventilaba con horror vi que ya era de noche. Me asusté de inmediato porque, aunque ya había superado la aventura del día, aun me quedaba otra mucho peor: Enfrentarme a la madralidad de mi madre.

¿Y vosotras Malasmadres tenéis ese sexto sentido? ¡Os esperamos en los comentarios!

Han comentado...

  1. Me ha encantado Lucía. No sabía que escribías y me hace ilusión leer cosas tuyas, mi pequeñagran alumna.
    MADRALIDAD, me encanta el término.
    Suerte Lucía

  2. Madralidad! jajajaja me lo apunto… cuando la sufro me veo a mi misma como mi madre y me da la risa, la buenahija pensara que estoy loca jajajjaa Enhorabuena por el relato, está genial.

  3. Me ha encantado el relato Lucía, sobre todo porque soy una malamadre que sufre frecuentemente de madralidad!!!!
    Sigue así .

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