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Cuando llegué a la vida de mi hijastra, ella tenía apenas tres años

Cuando llegué a la vida de mi hijastra, ella tenía apenas tres años

En ese momento pensé que no tenía muchas responsabilidades. Que sería bonito tener una criatura en casa con quien jugar, hacer castillos de cojines en el sofá, ver pelis de Disney sin presión. Pero la vida enseña rápido. Las criaturas, aún más.

Empecé a darme cuenta del vínculo que se formaba, sin que nadie lo planeara. De repente, ella me contaba cosas. Cosas importantes. Detalles que sus progenitores a veces no veían. Me quedaba con esa información, sin saber qué hacer con ella. ¿Lo digo? ¿Lo callo? ¿Lo educo? ¿Tengo permiso para hacerlo?

Me acuerdo bien: había pasado apenas un año desde la separación de su padre y de su madre. Ella venía muchas veces llorando. Otras, enfadada. A veces con esa incomodidad que no tiene nombre, pero que se mete por los cordones de las zapatillas. Todo le irritaba. Yo ya no sabía qué más hacer para que se sintiera bien. Hasta que entendí algo que me cambió para siempre: no necesitaba que yo arreglara el día.

No buscaba una animadora de partidos. Tampoco a alguien que fingiera que no pasaba nada. Necesitaba sentirse validada. Sentirse vista.

Cuando llegué a la vida de mi hijastra, ella tenía apenas tres años

En uno de esos intercambios, me arrodillé a su altura mientras lloraba. Le pregunté con todo el cuidado del mundo: “¿Tú le echas de menos?”. Me miró confusa. “¿Qué es echar de menos?”. Le hablé de la palabra saudade, esa palabra que solo existe en portugués. Le expliqué que a veces se siente un vacío, una falta, algo que duele porque quieres estar con alguien que no está. Le pregunté si sentía falta de su mamá. Me dijo que sí.

El llanto se hizo más fuerte. No más desesperado. Más libre. Le conté que eso se llamaba echar de menos. Que estaba bien. Que podía llorar. Si quería, podíamos hacer un dibujo para llevar a casa de mamá.

A partir de ese día, todo cambió. Seguía nerviosa en los cambios, claro. Pero empezó a decir: “Echo de menos a mi mamá”. Ya no lo guardaba como un nudo en el pecho. Lo nombraba. Lo mostraba. Lo transformaba en dibujo, en abrazo, en vínculo.

Nombrar lo que duele, cuidar sin título

Ese día entendí el papel que tenía. El que tengo. No, no es porque mi marido no sepa partenar. Tampoco porque yo me meta demasiado. Hay momentos en los que simplemente quiero estar. Estoy. Ella lo nota. Paso con ella el mismo tiempo que su madre.

Aun así, soy yo quien recibe muchas de las preguntas difíciles: “¿Qué es el divorcio?” “¿Tú eres mi mamá?”. Me las pregunta a mí. Con esos ojos enormes que buscan verdad, seguridad, cariño. Me esfuerzo cada día en dar respuestas que no duelan. Que no oculten ni confundan. Que le den permiso para sentir sin cargar con culpas que no le pertenecen.

De ahí nace Somos Madrastras. No es una idea bonita ni un proyecto estratégico.

Es una urgencia. Una necesidad de abrir un espacio para todas las que estamos entre los márgenes. Las que cuidamos con prejuicios encima, sin reconocimiento ni derechos. Las que ya hemos llorado a escondidas porque no sabíamos qué lugar ocupar, pero hemos decidido hacer lo mejor que podemos.

Cuentos para explicar, cuentos para sanar

Soy Pri dos Santos. Educadora emocional. También hijastra, madrastra y madre. En ese orden. Desde ese lugar publiqué mis cuentos: “La historia de Helu”.

“¿Qué es el divorcio?” nace de esas preguntas incómodas. De la angustia que muchas criaturas sienten al ir de una casa a otra sin entender qué ha pasado. Sin que nadie les explique que no es su culpa, que pueden querer a las dos casas, que no tienen que elegir.

“¿Qué es una madrastra?” nace de la ternura y del cansancio. De escuchar tantas veces que “tú no eres su madre”, como si eso me deslegitimara. Como si cuidar no tuviera valor si no viene con título oficial. Este cuento es una forma de decir: sí, soy su madrastra.

Y eso también es ser familia. Escribí para ella. Pero también para mí. Para nosotras. Para quienes no caben en el modelo tradicional. Para las que se preguntan si están haciendo demasiado o si no hacen lo suficiente. A veces escribimos para explicar algo a una criatura. Y en el camino, nos explicamos a nosotras mismas. Sanamos. Tejemos comunidad.

Por eso escribí estos cuentos. Para que mi hijastra entienda. Para poder nombrar. Para que otras madrastras no se sientan solas. Porque nadie debería crecer, ni cuidar, en medio del silencio.

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