Es frecuente escuchar que el hijo-a de un amigo tiene dislexia o, que el nuestro propio puede ser candidato a ello. Normalmente, esa palabra empieza a acomodarse en nuestro vocabulario, la normalizamos en algunas ocasiones, y en otras, la maximizamos tanto que puede hacernos preocuparnos más de la cuenta y vivir este nombre propio mal.
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Sobre este tema, hay mucho que hablar. Intentaré ser clara y que este post os sea útil.
La dislexia también llamada Trastorno del Aprendizaje de la lectura, es una dificultad con una prevalencia estimada entre el 5-10%, aunque en algunos casos se ha llegado a estimar hasta el 17,5%.
Cuando hablamos de dislexia debemos entender el término como algo independiente a la inteligencia de un niño-a. Un niño o niña puede ser disléxico y ser listo. Por ello, el término no debemos vincularlo a inteligencia sino a destreza en la lectura. Al mismo tiempo, tampoco hablamos de enfermedad, partiendo del punto que la definición de enfermedad es algo bastante escurridizo y poco consensuado, entendiendo la definición de enfermedad como falta de salud.
Por lo tanto, es compatible dislexia, salud e inteligencia. A partir de aquí tendremos un punto de vista más relajado. Son chicos-as sanos e inteligentes. Al estar directamente relacionado el término dislexia con la lectura, podemos entender mejor la problemática.
¿Por qué hace algún tiempo no hablábamos tanto de ella? ¿No existía la dislexia?
La escritura y la lectura son algo relativamente reciente que ha ido incorporándose en nuestras vidas como una necesidad cultural; es decir, hace algún tiempo no había tantos lectores, por lo tanto, no existía tanta dislexia.
Con esto quiero decir, que no existe el gen de la dislexia. Las personas disléxicas presentarán una combinación genética que les hace poco hábiles en lectura y escritura, al igual que otras combinaciones genéticas harán que otras personas sean poco hábiles para bailar o tocar un instrumento. Por ello, encajaría mejor la conceptualización de la dislexia como una desventaja ante una imposición cultural. Pero claro, una imposición cultural necesaria y que merece la pena cultivar e invertir en ella, ya que lectura y escritura son sinónimos de aprendizaje.
Los niños-as que son diagnosticados de dislexia suelen ser:
- Lentos y pocos precisos en lectura.
- Les cuesta organizar sus pensamientos de forma escrita.
- Alternan días de buen rendimiento con otros de rendimiento muy bajo.
- Confunden palabras que se asemejan en su fonética.
- Son comunes las faltas de ortografía y las inconsistencias gramaticales.
- Pero al mismo tiempo son chicos-as:
- Muy intuitivos, curiosos y creativos.
- Para ellos-as es más fácil pensar y estudiar apoyándose en imágenes .
- Suelen percibir el mundo de una forma multidimensional (usan todos los sentidos).
- Son constantes en su trabajo aunque el rendimiento no sea proporcional al esfuerzo.
En resumen, su canal de aprendizaje es diferente al de la media, pero esto no significa que no aprendan. Utilizan otros caminos pero llegan a la misma meta. Lo importante es saber conducirlos, detectarlo y entrenar. Esta es la palabra sanadora en dislexia: entrenamiento.
La pregunta que surge es ¿Qué y cómo entrenar?
¿Y de la discalculia nadie habla?
Son niños muy especiales, unos supervivientes, porque no solo luchan por sacar adelante sus estudios, sino que luchan con la ignorancia de algunos, tachandolos de vagos, lentos o poco inteligentes. Mis dos hijos son dislexicos y no puedo estar mas orgullosa de como afrontan su dia a dia.
Son luchadores incansables.
Y cómo podemos ayudarlos?
Estoy totalmente de acuerdo. Y añadiría que las chicas y chicos con este trastorno son, en muchos casos, unos afortunados puesto que tienen más herramientas y enfoques que el resto debido a que han tenido que buscar alternativas de aprendizajes