¿Qué quieres encontrar?

2
El muerte perinatal: la pérdida y el duelo

El muerte perinatal: la pérdida y el duelo

Virginia del Río es la mamá de Uriel, una estrella que siempre le acompaña. Ella perdió a Uriel en la semana 39 de embarazo y se decidió a contar su historia para ayudar a otras mujeres y familias que atraviesen su misma experiencia. De esta forma nació su blog ‘Tengo una estrella’ y posteriormente sus redes sociales donde da voz y visibilidad a un tema que sigue siendo tabú e invisibilizado por la sociedad. Gracias a mujeres como ellas otras mujeres se han animado a hablar, a transitar el duelo y a buscar ayuda también. En este episodio del Podcast del Club de Malasmadres hablamos con ella, esperamos que os pueda servir de ayuda.

Recomendaciones de este podcat

Cuento ‘De qué barriga nací yo’

El muerte perinatal: la pérdida y el duelo

Las enseñanzas del podcast

1. Hablar para sanar

El muerte perinatal: la pérdida y el duelo

2. El no juicio

El muerte perinatal: la pérdida y el duelo

3. Recordar para nunca olvidar

El muerte perinatal: la pérdida y el duelo

4. Que vea a una madre feliz

El muerte perinatal: la pérdida y el duelo

La petición de Virginia del Río

La lucha de Virginia: “Queremos inscribir a nuestros hijos fallecidos antes de nacer en un documento donde figuren los datos personales del bebé y de todos los miembros de la unidad familiar, como ocurría con el desaparecido libro de familia, sin que ello conlleve efectos jurídicos para los bebés fallecidos. Y queremos que sea con carácter retroactivo”.

  • Podéis apoyarla firmando la petición que ha lanzado en Change.org AQUÍ.

*Podéis seguir a Virginia del Río en:

Han comentado...

  1. Hoy os contaré mi historia, “Por qué”, os preguntareis… pues es simple. Considero que quizás el tema me reconcome porque no he sido capaz de procesar correctamente mis sentimientos. He meditado que quizás mi experiencia pueda beneficiar a alguna que otra mujer en mi situación.
    Esta historia incluso me ayudará a mí a no guardarme algo que sucedió y que me afectó muchísimo.
    Según mi psicóloga es muy importante cuando pasas por una pérdida como la mía, hablarlo con personas cercanas o con gente que le haya sucedido lo mismo.
    Os voy a confesar que no quiero pensar en que no estuve embarazada por tercera vez, que mi bebé nunca existió, pues eso es como renegar de él. Iba a ser mi tercer hijo, y os puedo decir que fue buscado.
    Cuando me hice la prueba y dio positivo, ya en mi cabeza veía a ese bebé junto a mí, jugando con él, amamantándolo y viéndolo crecer como a mis otros dos hijos.
    Yo ya le hablaba, tocaba mi barriguita en modo caricia. Ya soñaba con la familia que podríamos haber sido. Yo estoy contenta de tener a mis dos hijos, ellos son todo para mí, mi motor. Sin embargo, me hacía ilusión ir a por el tercero. Yo he sido hija única y siempre quise una familia grande.
    Para cualquier mamá es irremediable no soñar y tener una expectativa de futuro, de lo que podría ser. Sinceramente en el momento en que sucede lo inevitable y contemplas cómo tu castillo de naipes se te derrumba, es algo desgarrador. Este trago para mí ha sido muy doloroso.
    Pero bueno, voy a relatar lo que sucedió. Sobre cómo me sentí tras mi pérdida.
    Imagino que tú que me estás leyendo, no entenderás mi dolor hasta que pasas por este trago. Con franqueza yo en su momento no lo entendía. Sí que estaba sensibilizada dado que tuve una amiga a la que le sucedió hace un año y medio y no pensé que lo podría haber pasado tan mal.
    Se trata de un dolor muy grande. Porque no es lo mismo para los hombres del modo como lo vivimos las mujeres. Para ellos es como el dolor de un pequeño corte, les duele unos días y ya. Nosotras desde el minuto uno en que tenemos conocimiento que estamos embarazadas, lo consideramos nuestro bebé.
    Yo estaba de diez semanas cuando todo a mi alrededor se derrumbó. Todos en mi casa, mi marido, mis dos hijos y yo, habíamos tenido dos meses y medio para soñar con este bebé. Yeray, mi hijo pequeño, incluso le hablaba y le daba besos en mi barriga. Así mismo, yo me miraba en el espejo y podía ver su crecimiento desde la semana seis.
    Al comenzar las pérdidas dos semanas antes, algo dentro de mí, “no sé… llamadlo intuición”, me hizo ir al médico. Mi humor se volvió negro, era como una nube negra a mi alrededor, estaba irascible con cualquier cosa. Hasta mi marido se enfadaba conmigo por tener pensamientos pesimistas. Aunque yo misma intentaba animar y decirme que todo iría bien.
    En el hospital me dijeron que no había un crecimiento con respecto a las semanas que estaba, que había una posibilidad que mi embarazo fuera tardío en el ciclo de mi menstruación y por ello a ellos le aparecía un feto más pequeño de lo normal.
    Finalmente, pasado esas dos semanas cuando fui al hospital, me hicieron una ecografía transvaginal, y la doctora ponía caras muy serias. Cuando extrajo el aparato mencionó que dentro del saco de gestación ya no había bebé.
    Yo en mi caso llevaba ya dos semanas con pequeñas pérdidas de color marrón, sobre todo cuando intentaba hacer fuerza para defecar y aunque para los doctores eso no era signo de alarma, algo dentro de mi ser sabía que no era algo normal.
    Fueron llevando controles durante esas semanas porque creían que el bebé dejó de crecer y que dejó de desarrollarse, pese a que yo podía tener todas las sensaciones del embarazo. He consultado por la red y este caso tiene como nombre “missed miscarriage”.
    Me facilitaron medicación para sacar la bolsa de mi útero porque aún tardaría al menos una o dos semanas en abortar de manera espontánea…
    Os confieso que fue un proceso muy doloroso, más que un parto sin epidural.
    A nivel emocional sigue siendo muy duro.
    Quizás si es tu primer embarazo, este dolor pueda asustar, pero es normal.
    Tras el aborto, cada semana fui a ginecología para hacer un chequeo de la situación y poder comprobar si había expulsado todo de mi útero.
    A las dos semanas me dijeron que todavía quedaba muchos restos uterinos, pero que por protocolo no se puede adelantar el proceso hasta pasados veinte días desde que te administran el procedimiento farmacológico.
    Al pasar el tiempo específico y todavía continuar los restos, decidieron darme de nuevo una segunda tongada de pastillas para abortar.
    Desafortunadamente pasados diez días, sucedió una catástrofe. Aquel día, por primera vez había decidido salir con una amiga. Me iba a su casa, pero me pasé una parada en el metro. Al bajar para dar la vuelta, noté cómo la compresa se inundó con tal rapidez, que me asusté. Tuve que salir del metro en busca de un bar para cambiarme de compresa.
    Aquel día sentí impotencia, tenía un ataque de pánico por tal sangrado, en varios minutos ya sangraba hasta las rodillas y había traspasado la ropa. Me aproximé a un hombre para pedirle que me dejara acceder al servicio de su bar y no me dejó entrar, porque según él, le iba a dejar perdido el lavabo y luego tendría que ser él quién lo limpiara. Lo que hizo este señor fue faltar a la responsabilidad que tenemos cada uno a auxiliar a una persona. Una clara omisión de socorro.
    Caminé unos metros más y una persona extranjera tuvo el corazón de dejarme acceder a su lavabo.
    Una vez allí, me sentía mareada. Mi amiga tuvo que venir a buscarme porque no era capaz de salir del baño, a causa de la sangre que caía en cascada.
    Ella tuvo que ponerse en contacto con urgencia y me vinieron a buscar en ambulancia para llevarme al hospital.
    Una vez llegamos, me atendieron y lo primero que hicieron fue hacerme una prueba de orina, la cual les informaba que yo a nivel hormonal continuaba embarazada.
    «Lo que pensé en aquel instante fue “What the Fuck ”, como era eso posible si ya hacía un mes que me habían facilitado la primera dosis para el aborto», pasó por mi mente. No concebía la situación, me parecía surrealista.
    Me hicieron una ecografía transvaginal. El resultado es que allí estaba la placenta de tres centímetros, muy bonita a todo color, parecía un arco iris. Como consecuencia me había ganado un legrado de urgencias.
    Ese día fue uno de los peores de mi vida. El primero, cuando perdí a mi bebé.
    “¿Tú sabes que intentas pasar página y entonces suceden situaciones que te impiden seguir adelante?”
    Pues eso me ocurrió a mí. Aquel día me hundí de nuevo en la miseria.
    Las horas pasaban y cada tic tac del reloj me ponía más y más nerviosa, hasta que al fin me llevaron a quirófano con mucha demora.
    Cuando me dieron el alta, la doctora me mencionó que todo estaba bien, el que me hicieran un control ginecológico desde el ambulatorio.
    Todo ya está bien, me decían una y otra vez. Aquello ya lo había escuchado tantas veces… y mira por dónde, al final me encontraba con una metrorragia. “¿Todo ya está bien, en serio?”.
    Pasado diez días, me encontraba como el culo, mareada, y con mucho dolor lumbar. Al hacerme la revisión, qué casualidad… me encontraron algo más: una hematorragia de cuatro centímetros.
    «Todo irá bien, los cojones», recordé en aquel instante.
    Me enviaron al hospital para hacerme un drenaje, me sacaron más de treinta mililitros de sangre del supuesto hematoma. ¡AH! No olvidemos que durante el proceso, el Hierro descendió a nueve. Y cada día tomando dos pirulas de Hierro. ¿Maravilloso, verdad? Para salir a aplaudir en los balcones.
    Y yo me pregunto, ¿qué debió ocurrir para que el embarazo de mi hijo nonato interrumpiera su crecimiento?
    Nunca tendré la respuesta, ni en qué momento dejó de formarse, si fue por culpa de las circunstancias del trabajo, la discusión con la coordinadora y su falta de empatía con relación a una embarazada, de la cuál os hablaré a continuación.
    Siempre viviré con esa duda, los médicos dicen que el estrés no provoca un aborto. Pero yo tengo mis dudas.
    La verdad que yo no quiero hacerme mala sangre, porque nadie me devolverá a mi bebé. Además, ella, (una coordinadora de la empresa en la cual trabajo), me provocó, y yo no pude hacer otra cosa que entrar al trapo al contestar a esa persona cuando me preguntó:
    —Cristina, ¿Por qué pones esa cara?
    Algo en mí ya estaba hasta los ovarios de acallar mi voz por esa injusticia, me había callado tal como me instó el compañero del sindicato. Sin embargo, al preguntarme una y otra vez, el vaso rebosó y yo exploté. Y lo único que esa persona tuvo que decir al respecto, fue que mi actitud venía precedida por las hormonas. Esa discusión produjo en mí un ataque de ansiedad con hiperventilación que duro más de tres horas.
    Siempre viviré con esa duda, los médicos dicen que el estrés no provoca un aborto. Pero también me dijeron que “todo iba bien”.
    Al perder a mi bebé, se disiparon todos mis sueños, todo lo que visualizaba en un futuro cercano, se desmaterializó. Lo que se quedó dentro de mi pecho fue un vacío inmenso. Es duro ver cómo todo lo que había dentro de mí, ese posible futuro, donde en él aparecía ese futuro hijo o hija, se iba por el desagüe.
    Pero lo peor fue ante todo, intentar estar entera delante de mis hijos y no llorar delante de ellos. No quería preocuparlos más de lo que ya lo estaban. En su momento me costó sobremanera actuar como si no hubiera pasado nada. Intentaba llevar puesta una máscara y cuando ya no lo necesitaba, me encerraba en la habitación a llorar.
    Yo os confieso que hubiera dado todo el dinero que tengo, por conseguir evitar su pérdida. Sin embargo, yo en aquel momento no tenía el control de nada.
    Todos los médicos a los que he consultado mencionaron que no había nada que yo hubiera podido realizar para evitar aquella pérdida.
    Tampoco hay manera de saber el motivo por el que mi bebé dejó de desarrollarse saludablemente.
    Según el médico, mencionó que suele ser debido por alguna anomalía cromosómica, o alguna enfermedad de la madre. Yo no tenía ninguna enfermedad.
    Debo pensar y no hacerme mala sangre de que mi bebé no venía saludable y mi cuerpo lo reconoció, y que por ello suceden estas cosas. Esta puede ser una razón a todo lo ocurrido.
    Si hubiera conseguido nacer, este bebé hubiera sido el más querido del mundo. Hubiera tenido a dos hermanos mayores que lo querrían con locura. Un papá que le enseñaría a jugar a la consola. Y una mamá que lo hubiera amado incondicionalmente. Me apena no tenerlo conmigo.
    En la vida nos toca vivir muchas cosas, esto me hizo valorar más las cosas que están a mi alrededor. Me ha hecho agradecer que ya tengo a dos hijos hermosos de doce y diez años, que sus embarazos fueron saludables. Hay gente que a la que esta pérdida les acontece en el primer embarazo y luego llevan años intentándolo y no son capaces de concebir de nuevo.
    El tener un bebé, estar embarazada, fue un impulso que necesitaba. Y por mucho que lo quieras, nunca se sabe si irá bien si vuelves a intentarlo. Un embarazo en sí es un proceso complicado, porque todo debe ir bien para que el proceso concluya a los nueve meses y todo siga su curso lo más saludable posible. Debido a que conseguir llegar a término y tener a ese bebé que llevas en tus entrañas, disfrutarlo entre tus brazos, es un regalo, un milagro de la vida.
    Todo lo acontecido me ha hecho apreciar las pequeñas cosas. El respirar, el seguir viva tras la metrorragia. Considero que ha sido un gran aprendizaje. Ahora tengo tiempo para mí. Conocer de nuevo mis gustos. Ya que antes no tenía tanto tiempo para estar a solas ni el salir con las amigas más a menudo.
    Pese a todo, ese bebé que se fue, se llevó un pedazo de mi corazón y siempre estaré conectada a él, será mi ángel de la guarda. Desearía que si hay una vida después de esta, pueda llegar a conocerlo.
    Esta es mi historia, ahora comienzo a estar algo más serena a nivel emocional.
    Por el momento, no me apetece volver a quedarme embarazada, como podréis comprender, tras todas las complicaciones, me da pavor volver a intentarlo. De igual forma, tan solo hace tres meses que se fue; cuando pase un tiempo quizás lo considere. Para ir en busca de otro, primero debo de estar bien yo y cuidar de mí.
    Otra cosa que no haré será olvidar a mi bebé, ni hacer que él o ella nunca haya existido, por eso he decidido en homenaje a ese hijo no nato redactar este libro e ir plasmando cómo me he sentido a lo largo de estos meses a través de mis escritos.
    Estos escritos me ayudan a sacar los sentimientos que tanto me cuestan expresar con palabras. Es una manera que me ayuda a sanar y pienso que si esto puede aportar mi granito de arena a otras personas para que no piensen que están solas, de algo habrá servido. Que somos muchas las que hemos pasado por este proceso.
    Espero que sepáis que es muy importante sacar a la luz cómo me he sentido durante todo el duelo.
    Yo os cuento que cuando sentí tanto dolor, requerí abandonar mi vida en las redes. Necesitaba el silencio, no necesitaba saber lo que hacían los demás. Quería estar conmigo misma a solas para poder procesar y hacer una introspección para conocer los límites de la nueva “Cristina” con cicatrices
    Al escribir sobre mi historia, siento cómo la losa en mi espalda ha menguado. Entiendo que todas las mujeres que pasamos un suceso así, siempre tendremos ese hueco que nos dejó nuestro bebé.

  2. Lo mejor es visibilizar el problema, hay hablar de ello con naturalidad y seguir adelante.. gracias eres un ejemplo a seguir y mucho ánimo!

    Besos,

    A. Moreno

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *