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La rabia en la adolescencia: estrategias para gestionarla sin romper el vínculo

La rabia en la adolescencia: estrategias para gestionarla sin romper el vínculo

Los portazos, gritos, silencios incómodos o palabras subidas de tono aparecen con frecuencia en casa cuando al adolescente le invade la rabia. Una de las emociones más potentes que existen y que provocan en él mucho malestar, incomprensión, resentimiento y vulnerabilidad.

La rabia es una emoción natural desagradable que se activa en la amígdala, una de las zonas más primitivas del cerebro. Puede aparecer acompañada de un ritmo cardiaco rápido, sudoración y aumento de la presión arterial. Muchas pueden ser las causas que provoquen en el adolescente un estallido de ira: el miedo a situaciones desconocidas, la frustración de no conseguir aquello que desea, el estrés, el enfado, sentir que se invaden sus derechos o la reafirmación de su personalidad.

Un cerebro inmaduro y en plena transformación provoca que la corteza prefrontal del adolescente, encargada de gestionar las emociones, sea incapaz de modular la ira correctamente provocando que este se muestre muy irascible, apático o de mal humor. Una emoción que provoca que actúe de una manera desproporcionada y tome malas decisiones. Cuando un adolescente siente que las cosas no le salen como él espera tiende a defenderse, excusarse o buscar culpables. Esta defensa puede ir acompañada de violencia física o verbal, mucha irritabilidad y sensación de fracaso.

Si el o la joven no aprende a gestionar correctamente esta emoción y se desborda emocionalmente se mostrará agresivo llegando a insultar, romper cosas o lanzar objetos. Por está razón, será esencial que el adulto establezca límites claros y coherentes en torno a los comportamientos inseguros o agresivos del joven y le ayude a hacer frente a la emoción de forma respetuosa.

Es muy importante que las familias no se tomen estas explosiones emocionales como algo personal hacia ellos. En la mayoría de ocasiones, tienen que ver con la incapacidad del adolescente de calibrar sus miedos, dudas o frustraciones. Un dolor emocional que no sabe expresar ni canalizar y que acaba proyectando en las personas que saben que le quieren.

La rabia no debe ser reprimida ni contenida, tan solo acompañada con grandes dosis de respeto, serenidad y empatía. El joven necesita sentir que el adulto sigue siendo un espacio seguro al que puede recurrir cuando las emociones intensas e incómodas aparecen y no sabe resolverlas. El adulto debe convertirse en el mejor ejemplo que pueda tener el joven a la hora de gestionar su propia rabia o enojo mostrándose calmado y respetuoso cuando hace frente a una situación complicada.

Aprender a manejar la rabia será esencial para el desarrollo del adolescente y la construcción de su autoestima. Si el joven aprende a manejarla sabrá enfrentarse a situaciones injustas, hacer frente al fracaso,  buscar soluciones a sus problemas y defenderse de manera adecuada. Esta emoción puede favorecer el cambio, potenciar la motivación y creatividad y acabar siendo un gran impulsor del diálogo.

Claves para ayudar a un adolescente a dominar su rabia:

1) Cuando la rabia se apodera del adolescente necesita a su lado adultos que estén tranquilos y le transmitan la seguridad que él no encuentra en su interior. Si el adulto reacciona ante esta emoción gritando, amenazando o utilizando palabras humillantes únicamente conseguirá empeorar la situación. La confrontación directa con él intentando reprimir la emoción únicamente servirá para romper el vínculo. Que el joven sienta que el adulto valida sus emociones y le ayuda a enfrentarse a ellas será clave para que no sienta culpa cuando es incapaz de modular correctamente todo aquello que siente.

2) Cuando el o la adolescente está desbordado emocionalmente necesitará que el adulto le regale el tiempo y el espacio suficiente para calmarse, regular la emoción, analizar lo que ha pasado y expresar lo que siente y necesita. Una vez se haya calmado, deberemos explicarle que sus emociones no justifican su comportamiento y buscar soluciones conjuntas para que sus conductas violentas desaparezcan.

3) Ayudar al joven a identificar los motivos o circunstancias que le provocan tanto malestar para poder prevenir desbordes emocionales. Deberá desarrollar estrategias que le ayuden a canalizar la ira y el estrés. Los hábitos y las rutinas ayudarán al joven a sentirse más seguro y saber qué tiene que hacer en cada momento.

4) El deporte y las técnicas de relajación ayudarán al adolescente a canalizar mejor su energía, conectarse con él mismo y tomar conciencia de sus emociones. Unas actividades que potenciarán su autocontrol y empatía, regularán su estrés y mejorarán su concentración y aprendizaje. Para poder crecer feliz y de forma equilibrada el joven necesita tener un bienestar emocional físico y emocional.

El adulto, con su afecto, empatía y comprensión deberá generar en casa un clima de confianza donde el adolescente se sienta con la libertad de expresar todo aquello que siente o le preocupa sin miedo a ser juzgado. La presencia y disponibilidad por parte del adulto  serán básicos para acompañar esta etapa evolutiva tan compleja con serenidad y apoyo.

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