La historia de Vanessa es la historia de lucha por conseguir el embarazo tan deseado. Tras intentarlo con el buenpadre un año, deciden acudir al médico para ver qué sucedía (si es que sucedía algo) y recibieron un mazazo: le diagnostican un hidrosalpinx en la trompa izquierda y le recomiendan una salpinguectomia. El buenpadre y ella se sometieron a una serie de intervenciones, él para intentar mejorar la calidad morfológica de sus nadadores y ella para que le extirparan la trompa que tenía dañada y que corrigieran su útero. Tras esto, recurren a la Fecundación In Vitro y llega Olivia, la felicidad fue completa. Tras su primera hija, llega sin esperarlo un segundo embarazo natural.
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La vida es aquello que te va sucendiendo mientras estás ocupado haciendo otros planes (J. Lennon)
Mi historia como Malamadre empieza mucho antes de quedarme embarazada y de tener a mis hijos en brazos. Hace casi 15 años… ¡Eso es nada! Empieza con un flechazo en unas vacaciones de verano, un escalofrío en la espalda al mirar aquellos ojos verdes de ciencia ficción, que hoy creo reconocer en mi buenhijo. Me he enamorado perdidamente e irremediablemente. El buenpadre acaba de entrar en escena. Y si, ya es un buenpadre, de esos que, sin tener aún hijos, sabes que estarán a tu lado a las duras y a las maduras, que no se le caerán los anillos para cambiar pañales y que te apoyara durante las noches de llantos y biberones más movidas. Y hoy puedo dar fe de ello. Él es lo que llamo “un padre sin hijos”, con un deseo férreo de paternidad y con la fe inamovible en que tener hijos lo convertirá en la mejor versión de sí mismo. ¿Cómo no enamorarme? Yo estoy en un plano distinto: mi edad, y sobre todo mi historia familiar me generan dudas y hasta incomodidad cuando pienso en una mini-versión mía.
¿Sería capaz de ser una buena madre?
En ese momento, prefiero pasar palabra. Hay todavía tantas cosas que descubrir, tantos mundos por explorar sola, y en pareja, que simplemente unos hipotéticos bebés no entran en la ecuación. Nos dedicamos a vivir la vida, a disfrutarla y nos sentimos muy privilegiados. Somos tan felices el uno con el otro que, de tanto en tanto, fantaseamos con duplicar o triplicar esa felicidad con diminutas versiones nuestras que nos enamorarán nada más agarrarnos un dedo. Un pensamiento ocasional que con el tiempo pasa a ser prácticamente omnipresente.
Y después de muchos vaivenes, de muchos “¿de verdad vamos a hacerlo?”, de algún “¿madre mía, estamos seguros?”, en definitiva, de dar más vueltas que un perro para echarse, caemos rendidos ante la idea de quedarnos embarazados y tener un bebé que será lo mejor de nosotros dos. Empezamos lo que yo definiría como una segunda luna de miel: pasión a raudales, encuentros furtivos y muchas fantasías en cuanto a nuestro futuro inmediato. Porque claro, no vamos a tardar en quedarnos embarazados. Somos razonablemente jóvenes, yo con los 30 apenas iniciados y el buenpadre en el ecuador de su treintena, saludables y hasta ahora con lo que se podría decir un cierto éxito en nuestra vida en general.
¿Qué podría ir mal?
Los primeros meses pasan sin casi darme cuenta, de no ser por el recordatorio constante que viene a llamar a la puerta de mi útero cada mes, anunciándome una vez más que “éste” no va a ser “EL MES”. Empiezo a sospechar, a temer mi cuerpo, el del buenpadre, y a obsesionarme. La pasión de los inicios ya no está y me empaña una nube de dudas. Las primeras pruebas no tardan en soltarnos las primeras bombas: me diagnostican un hidrosalpinx en la trompa izquierda y me recomiendan una salpinguectomia. Si, lo sé… A mí también se me quedó la misma cara que a ti al escucharlo por primera vez. Me siento como una niña de 7 años que necesita echar mano del diccionario cada 5 minutos al leer un libro nuevo. No entiendo nada, no sólo la jerga médica, si no NADA DE NADA.
Yo venía como quien dice a descartar y que me diesen buenas noticias, no que me dijesen que me esperaba un camino lleno de piedras andando descalza. El buenpadre también recibe su parte: teratozoespermia severa. Seguimos con el glosario médico, pero resumiendo para los profanos: el buenpadre y yo nos sometemos a una serie de intervenciones, él para intentar mejorar la calidad morfológica de sus nadadores y yo para que me extirpen la trompa que tengo dañada y corrijan mi útero, con un tabique que puede dificultar el embarazo. No nos desahucian de la reproducción natural, pero con una trompa menos, otra cuya funcionalidad es un misterio y unos nadadores “morfológicamente” defectuosos, nos anuncian que el embarazo por vía tradicional va a ser extremadamente complicado y que lo mejor es que no perdamos más tiempo.
Las noticias me resultan devastadoras
No entiendo cómo, en unos pocos meses, he podido pasar de la felicidad por la ilusión de tener un hijo a la rabia, la angustia, el miedo y la frustración que siento en ese momento. No nos resignamos aún a acudir a la reproducción asistida, porque de alguna forma ninguno de los dos quiere admitir que somos unos “fallos del sistema”, que no somos aptos para la reproducción natural. Nuestro duelo tarda unos meses, marcados por un desánimo que aumenta con cada menstruación. Cada vez le echamos menos ganas, yo hasta evito hacer el amor con el buenpadre para así poder justificar que nuestros cuerpos no tienen la culpa, que mi cuerpo no tiene la culpa. Porque ese sentimiento no me abandona. Ni la tristeza. Ni la rabia. Ni el miedo.
Lucho por dejar atrás esos sentimientos que me reconcomen por dentro, pero tengo la sensación que el resto del mundo se niega a que pueda encontrar la paz, aunque sea por un momento. Me persiguen los bebés, los de los amigos cercanos y familiares, pero también los que me cruzo en la calle, con esas mejillas sonrosadas y regordetas que sueño con morder y cubrir de besos. Me acosan las embarazadas, desafiándome con sus curvas y sus andares forzados de pingüino. Me siento sola, por sentir que no puedo compartir mi condición de “útero sin inquilino aunque con opción a compra” con nadie que no sea mi pareja. Porque la esterilidad sigue siendo tremendamente tabú y porque, en las pocas ocasiones en las que me atrevo a hablar del tema, me encuentro con frases hechas y totalmente faltas de empatía. Después de meses de negación, nos rendimos ante la evidencia que la Fecundación In Vitro es la respuesta a nuestras plegarias.
Iniciamos lo que se llama un primer ciclo de FIV
Todo lo que ello implica son pinchazos, hormonas, controles ecográficos. La amargura y tristeza de los meses anteriores deja paso de nuevo a sonrisas bobaliconas y miradas cómplices y llenas de esperanza. El buenpadre y yo estamos convencidos que la ciencia llegará donde la naturaleza ha decidido rendirse. El protocolo médico no me resulta en absoluto pesado. El buenpadre y yo nos lo tomamos como un ritual que mimamos hasta el último detalle. Hasta me parece ver al buenpadre susurrar cánticos mágicos mientras prepara la medicación.
Resulta ser un ciclo, según mi doctora, que se sitúa en la media: dos embriones listos para transferir de inmediato y otro apto para vitrificar, o, para el común de los mortales, congelar. Mi reciente optimismo no me permite pensar en ese “pingüino” que se quedará esperándonos. No nos hará falta. Mis dos chicos- porque a día de hoy sigo convencida de que eran dos niños- han venido para quedarse. Su transferencia dentro de mi barriga es preciosa, un momento mágico y hermoso que sólo conocen los que han pasado por ello. Volvemos a casa llenos de ilusión y con la creencia que, al cabo de 15 días, esos fatídicos 15 días que los reproductores asistidos conocemos como “betaespera”, nos darán la buena nueva.
La noticia nos cae como el mazo de un juez antes de dictar sentencia, y en nuestro caso condena: no hay embarazo. Nuestros pequeños se han ido, supongo que a “aquella luz que dicen que hay, donde terminan los sueños de la realidad, dónde se escapan los niños si no quieres más”, como canta Nena Daconte. El buenpadre y yo nos quedamos deshechos. Pero él, consciente que este proceso me ha minado mucho emocionalmente, me arropa y de nuevo se pone en pie para sujetarme. Me siento devastada por dentro. Apenas soy capaz de procesar lo que nos acaba de suceder. Las semanas siguientes son tremendamente tristes y difíciles. Nos queda una oportunidad, nuestro pingüino, pero en ese momento no soy capaz de pensar en él. Necesito, necesitamos, un tiempo para recuperar todo lo que hemos perdido en este duro camino, como personas y como pareja. Nos centramos en mimarnos, en coger fuerzas, y también en mentalizarnos para lo que viene. Perder a nuestros dos primeros embriones nos ha hecho madurar y ser conscientes que hemos de prepararnos para nuestra particular maratón. De no ser así, sabemos que o bien no la acabaremos, o bien la acabaremos, pero en muy malas condiciones.
El Año Nuevo trae con él una nueva esperanza
Es el momento de ir a recoger a nuestro pingüino a la clínica. Nos sentimos ilusionados, pero hemos perdido la candidez de hace unos meses. Somos conscientes de que este bebé también podría dejarnos y que el camino hasta tener a nuestro bebé en brazos puede todavía ser muy largo. Estamos serenos. Los días pasan sin casi darnos cuenta hasta el día D. Nuestra tranquilidad se ha tomado el día libre. La espera se me hace interminable hasta oír las palabras más bonitas que he escuchado hasta entonces: “Puedes estar muy tranquila, el test ha salido positivo. Estás embarazada”.
Recuerdo mi embarazo como la época más feliz de mi vida: me siento fuerte, llena de energía, de vida, serena. Me veo preciosa, como si brillase de dentro hacia fuera. Parezco un anuncio de televisión, soy como el unicornio de las embarazadas, con su purpurina y su arco iris. ¡Es una niña! No podemos ser más felices, porque hace ya tiempo que su nombre la está esperando: Olivia.
Los meses hasta su nacimiento pasan rápido, entre las obras de su habitación – aunque hayamos decidido que de momento dormirá con nosotros- la compra de ropa igual de bonita que efímera, y las conversaciones que mantengo con ella por las noches mientras las dos escuchamos la lista de música que preparé para su transferencia en la clínica. Llega a nuestros brazos un 10 de octubre por la mañana, después de un parto rápido, pero duro. Estallo en llanto, no al tenerla en mis brazos, si no cuando la veo por primera vez en brazos de su padre. No recuerdo cuanto tiempo he anhelado esta imagen y la emoción me desborda. Los meses siguientes sigo tal unicornio con todos sus complementos, feliz que mi mundo gire en torno a Olivia y el buenpadre.
No he de preocuparme por volver al trabajo pronto puesto que mi empresa ha cerrado mi oficina unos meses antes de dar a luz. “¡Estupendo!” pienso, “me dedicaré a criar a Olivia un año entero antes de volver a mi vida profesional”. Hasta mi recuperación física es espectacular. Mi comadrona me lo menciona en una visita de postparto y también me recuerda que hemos de ser precavidos el buenpadre y yo porque cabe la opción de quedarnos embarazados a pesar de la lactancia. Me parto de risa y le contesto que después de años de relaciones infructuosas no caerá esa breva. Hay días duros, como para cualquier mamá primeriza que pasa los días enteros con su bebé, pero a día de hoy, los sigo añorando. Tener el tiempo de disfrutarla, de quedarnos ella y yo en la cama, sin horarios, sin más obligaciones que las revisiones en el pediatra y nuestros paseos diarios. El buenpadre y yo vivimos una época increíble como pareja: Olivia resulta ser un bebé fácil y nos deja tiempo para disfrutar el uno del otro. A finales de marzo hasta nos permitimos una escapada a mi tierra natal, Lieja. El primer viaje en familia en avión. Lo recuerdo como un fin de semana que dio mucho de si… Hasta para una cena romántica con el buenpadre rociada con una botella de vino tinto y un atardecer que creo jamás olvidaremos. Y hasta aquí puedo leer.
Nace el libro ‘In vitro Veritas’ y llega un segundo embarazo de forma inesperada
Abril resulta ser un mes frenético: nuestro segundo hijo, nuestro bebé literario “IN VITRO VERITAS, venturas y desventuras de unos reproductores asistidos” saldrá a la venta el día de Sant Jordi. Nuestra experiencia de la esterilidad nos quitó mucho en su día, pero también ha conseguido compensarnos, no sólo con nuestra Olivia, si no con la posibilidad de poder contar y publicar nuestra historia y quizás ayudar a otras parejas en una situación similar. Al mirar nuestra agenda para ese día, me doy cuenta del día del mes en el que estamos. Desde que di a luz no es que lleve un control férreo de mis ciclos menstruales –he dejado esa fase atrás, junto con la transferencia de Olivia- pero lo cierto es que soy bastante regular por lo general.
No recuerdo exactamente la fecha de mi anterior regla, pero juraría que ha pasado más de un mes. No le doy mucha importancia, seguro que se trata de un retraso por la emoción de ver nuestro “bebé” publicado y tener la suerte de firmarlo en Sant Jordi. Los días pasan y mi antes compañera de infortunio sigue sin aparecer. El buenpadre hasta bromea con un posible embarazo: “¿Te imaginas? La gente que compre el libro nos pedirá que les devolvamos el dinero por fraude”. Extrañamente, no le veo la gracia y decido comprar un test de embarazo, no porque me lo crea si no para descartarlo y tener la seguridad que mi regla está al caer. El test sale positivo. Mi cara frente al espejo del baño es un poema. “¿Se trata de una broma no?”. No puede ser…. Si el buenpadre y yo sólo hemos estado juntos una vez en todo el mes. Me cago en la botella de vino y me cago en el atardecer.
Estoy en “shock”. Llamo a la clínica para pedir una ecografía de inmediato, y descartar el embarazo, o incluso que me diagnostiquen un posible embarazo ectópico, debido a esa trompa que me queda y cuya funcionalidad podría ser dudosa. Después le doy la noticia al buenpadre. Lo veo feliz. Y no puedo evitar sentirme culpable por no sentirme igual que él. Pero da igual porque seguro que en la clínica me dan malas noticias. Mi ginecólogo nos da el veredicto: “el embrión está donde le toca. Parece ser que tu trompa funciona de maravilla”. No me lo puedo creer: después de casi 3 años de intentos, operaciones, tratamientos de fertilidad, con una trompa, un semen de mala calidad y un solo “polvo” en todo el mes, estoy embarazada.
*Imagen de la portada de ‘In vitro veritas’.
A partir de ahí entro en lo que llamo “mi fase de negación”, que durará buena parte de mi segundo embarazo
Espero que, en el siguiente control, nos den “LA” mala noticia: no hay latido, no ha evolucionado correctamente, etc.…Me siento a años luz de cómo me sentía con el anuncio del embarazo de Olivia. A nivel emocional, no consigo entender qué me pasa. ¿Cómo he podido pasar de la desesperación por tener un bebé a desear no haberme quedado embarazada? El buenpadre y yo sí habíamos hablado de la posibilidad de intentar nuevos tratamientos de fertilidad en el futuro para tener un segundo hijo pero de ninguna manera entraba en nuestros planes quedarnos embarazados menos de 6 meses después del nacimiento de Olivia. Además, me he quedado embarazada como siempre lo había fantaseado antes de entrar en el club no tan exclusivo de las estériles. ¿Entonces, qué puñetas me pasa?
Me siento culpable
Por sentir lo que siento, por sentir que le estoy fallando a Olivia por no poder dedicarle en el futuro todo el tiempo que pensaba dedicarle, por pensar que no voy a ser capaz de querer a este bebé como quiero a Olivia porque en mi mente y en mi corazón ahora mismo no tengo sitio para ningún otro bebé. Por querer seguir con mis planes de futuro tal y como los había imaginado hasta ahora. A nivel físico, la purpurina y el arco iris han dejado sitio a un jamelgo extenuado, con dolores en partes del cuerpo que ni siquiera sabía que tenía y de una torpeza extrema -en el espacio de una semana me caigo dos veces y entremedio me quemo con la olla exprés.
No siento la conexión que sentía con Olivia. No hay alfombra roja anunciando la llegada de Kilian. Sí, es un niño, pero hasta el anuncio de su género me perturba. No hay grandes preparativos, ni conversaciones nocturnas con fondo musical. El embarazo se me hace eterno, no veo el momento de recuperar mi cuerpo, porque siento que llevo demasiado tiempo “siendo dos”. Las ecografías y sus patadas son las que me recuerdan que mi mundo conocido está a punto de cambiar.
El resto del tiempo solo consigo ver una barriga cada día más enorme, pero sin imaginar el bebé que la habita. Son meses muy duros, y no sólo para mí. El buenpadre está feliz, pero preocupado. Por mí, por nosotros, por Kilian. Teme el momento en el que Kilian llegue al mundo y no sea la madre que soy para Olivia. Yo también lo temo. Hablamos mucho. Lloro más. Pero como siempre, somos más fuertes juntos y consigo reconducir mis sentimientos a medida que el parto se acerca. Consigo ilusionarme imaginando mi parto, que sí será como yo quiero esta vez, y fantaseando con la primera vez que Olivia vea a su hermano. Consigo sentirme más conectada a mi hijo, aunque a mi modo de ver dista mucho de mi experiencia anterior. Culpa otra vez.
Kilian decide nacer una mañana de diciembre, después de un parto precioso y respetadísimo. Estallo en lágrimas al verlo y cogerlo en brazos, mientras le cubro de besos y le digo cuantísimo le quiero. Recuerdo todos estos detalles por el video que decidí tener de este parto y que, a día de hoy, más de 4 meses después de dar a luz a Kilian, sigo viendo para darme fuerzas en los días duros.
Mi vida a día de hoy es un caos
Dos bebés, con necesidades bien distintas, pero bebés al fin y al cabo, dependientes y con mucha necesidad de cariño. Un trabajo no remunerado como el de mantener a flote una casa, con todo lo que eso conlleva, y que no había valorado en su justa medida hasta hace poco. Un apoyo familiar inexistente, al no tener cerca de los buenosabuelos. El reto de volver a la vida profesional activa después de casi dos años de parón. Mantener un espacio de pareja para conservar esa magia que nos envuelve a mí y al buenpadre. Y, por último, pero no menos importante, tener un espacio, aunque sea pequeño, para mí sola y re-encontrarme.
He conseguido aceptar lo que sentía durante el embarazo de Kilian como algo legítimo, no solo porque creo que son sentimientos que han experimentado muchas mujeres con las que he hablado con su segundo hijo, sino también porque necesitaba sentirme así en ese momento. Somos las mejores madres que podemos ser, y yo fui la mejor madre que podía ser en ese momento, con sus sombras y sus luces. Y ahora, sigo luchando por serlo, cuando la mayoría de días me siento absolutamente desbordada, angustiada e incluso enfadada por sentir que mi vida es una sucesión de rutinas automáticas en las que no me siento realizada. Querría disfrutar de Kilian de la misma forma que lo hice con Olivia, pero ni él es Olivia, ni yo soy la que era en ese momento. Todos hemos cambiado, y he de dejar atrás las comparaciones ¿Cómo he pasado del dolor por no poder tener hijos al de sentir que mi bimaternidad acelerada me viene grande? No lo sé… Adoro a mis hijos, pero creo que en algún momento del camino, y parafraseando a la Malamadre Jefa, mi “M” de madre ha aplastado a mi “M” de mujer. Mi mayor reto ahora va a ser reencontrarla en medio de este caos que es mi vida.
Hoy mis hijos tienen 17 y 18, después de 8 años me quedé embarazada y nació mi hija por FIV y cuando ella tenía 5 meses volví a quedarme de forma natural. Para mí fue una alegria, no me gustaba la idea de que fuera hija única y nos habían dicho que si queríamos otro, lo intentáramos pronto, pues habían más posibilidades de embarazo.
La verdad es que los dos primeros años y sin ayuda de nadie, fueron bastante duros, llegué a pensar que habíamos sido unos inconsciente, pero cumplió el pequeño los 2 años y poco a poco la carga se fue aligerando, empezaron la guarde, y que creo que la ventaja de ser practicamente iguales hizo y ha hecho que siempre se lleven muy bien. Por suerte han sido los dos buenos comedores y dormilones.
Vamos que entonces me pareció una locura, pero hoy sé que volvería a repetirlo todo.
Cómo te entiendo! 2 IA aunque por anovulación para lograr un embarzo después de 2 años de intentos y 2 más de pruebas sin fruto en los resultados. 4 años después, casi sin llamar llega un segundo embarazo cargado de culpas por no haber seguido intentándolo de manera natural con la primera, no habría hecho falta tanta hormona que aún no sé la repercusión que tendrá a largo plazo en mi salud, pero tranquila hay casos aún más sorprendentes. Mi vecina tiene 2 hijos que han nacido con 3 meses de diferencia ¿cómo? después de años y años de tratamientos e intentos nulos deciden pasar a la gestación subrogada y cuando ya han conseguido el embarazo, 3 meses después, se queda embarazada de forma natural, tanto es así que fué su marido quien viajó a para el parto del bebé porque ella estaba tan abanzads que no podía hacerlo y cómo sabeis que el tema burocrático es tan largo, si se descuida no ha vuelto para el nacimiento del 2°. O mi prima, después de 15 años de relaciones, tratamientos y demás, adopción internacional y nacional y con sus dos niños de 4 y 2 años… pum! embarazo natural que acaba en aborto, ella piensa que era lo que debía pasar pues su cuerpo no vale, pero 2 meses más tarde vuelve a quedarse de una niña preciosa, de no poder tener hijos a familia numerosa. Lo que la vida nos tiene preparado bo lo sabe nadie!!!! Así que si no quereis sustos, precaución SIEMPRE, por muy esteril que seas!
En un caso después de una in vitro justo al año me quedé embarazada de manera natural. Mi madre aún se me rie porque de entrada en la in vitro me quedé embarazada de dos y uno no tiró adelante. Ese día lloraba y lloraba por la perdida, ella se rie diciendo que hubiéramos sido familia numerosa.
8 años de búsqueda,2 invitros y llegó Ruth por fin !
Cuando Ruth cumplió 2 años tuve un retraso y pensaba que era la menopausia ?
Mi menopausia se llama Alba y tiene 3 meses y medio y yo 40 años …me costó mucho creer que estaba embarazada
Y aquí estoy con una niña de 3 años y un bebé.
Sorpresas te da la vida!
Ay amiga!(amiga ya, siendo tocayas de embarazos)… Lo mio fue un barril de vermouth? después de una in-vitro con 11 embriones (3 puestos, una niña, 2 puestos, perdida, 2 puestos, otra niña, 4 cedidos a investigación)
Total, si no podemos, para qué poner medios?
Toma, ahí viene el niño sin llamarlo, con dos niñas de 2 y 4 años y en medio de unas oposiciones y mi trabajo en MercaMadrid… Na
Claro, dice la gente, te has relajado… Los cojones, que crear vida es la reostia y no hay normas ni leyes… Pasa o no, y luego si, o se pierde… Bueno, la vida.. ?
Suerte y ánimo, besos
Pilu