Mis primeros pensamientos fueron para ti, también lo que soñé contigo y para ti la primera mirada, mis brazos y mis manos. Todo el amplio espacio que viniste a ocupar fue en exclusiva y casi no cabía nada ni nadie más.
Nos movíamos entre un amor inmenso y también cierta angustia, por sentir secuestrado el espacio de casa, el tiempo, las energías y también nuestro pensamiento. Daba cierto vértigo pensar si esto sería así para siempre.
¿Cómo íbamos a pensar en hacer más espacio aún para otro hermano? Nos dio un poco de pudor pensar y decir en alto que quizás no seríamos capaces de quererlo tanto como al primero.
¿Se sentirá traicionado por querer tener más hijos aparte de él? ¿Sufrirá la llegada de su hermano? ¿Cómo podré hacer para darle lo mismo que le dimos al primero?
La diferencia, inevitable
Todos nuestros esfuerzos por llegar a ser iguales con nuestros hijos e hijas, darles lo mismo y no mostrar diferencias, son parte de una ilusión. Una ilusión que nace pensando que así evitaremos los conflictos.
¿Pero cómo vamos a darles lo mismo, o mostrarnos igual, si nosotros ya no somos iguales?
No sólo ha pasado un tiempo (más o menos largo) sino también una primera experiencia, que nos marca de manera irremediable. Las circunstancias también cambian y conforman una nueva realidad que será donde llegue a parar el nuevo hermano o hermana.
Aquello que ha vivido el primero no es lo mismo que ha vivido el segundo. Con suerte descubre que esas madres, esos padres “nuevos” (para él o ella) ya no están tan desprevenidas/os, tienen menos temores y pueden disfrutar más. Quizás los encuentre algo más cansados, con menos paciencia y dedicación. O quizás se vean volcados de manera especial debido a cómo fue la llegada del primero o cómo sucedió un embarazo anterior…
Recibir al siguiente de la misma manera que el primero es un imposible.
Los miedos, nuestros
Aún así intentamos equilibrar constantemente nuestros afectos, lo que damos, lo que decimos. Desde mantener la lactancia el mismo tiempo que se dio a uno, hacer regalos a ambos a la vez, llevarle fuera tanto como hicimos al principio, o quitarle a uno/a para no tener que darle de más al otro/a. Como si tuviéramos que compensarles por la evidente diferencia, que nos suele pasar desapercibida más a nosotros que a ellos.
¿Por qué nos da tanto miedo pensar que puedan existir celos o rivalidad entre ellos?
Junto a los hermanos y hermanas aparecen los momentos de compartir pero también de competir, principalmente por el amor de mamá, de papá. Alguno levantará más la voz para ser oído/a, otros/as jugarán a ser más pequeños/as, otros/as usarán su sonrisa para captar más miradas, no se pondrán de acuerdo nunca para elegir película, quizás otros abusen de los olvidos para conseguir más ayuda… Desde luego que no sólo sirven como cartas para destacar pero a veces son un recurso para colocarse en un lugar. Cada uno/a en el suyo/a.
No es la diferencia lo que suele acarrear conflictos sino el empeño por igualar lo que es distinto.
Cuando tenemos una idea de familia idealizada, que esté libre de competiciones y conflictos, podemos llegar a hacer grandes esfuerzos por mantener el equilibrio, por tapar sentimientos incómodos o agresivos. Mediar continuamente, interferir en las peleas y buscar soluciones entre las partes no favorece que puedan encontrarse más allá de sus diferencias. De alguna manera se agudiza el problema, ya que es ahí donde se produce -al menos- un encuentro.
Si dejamos cierto espacio para que puedan rivalizar, dejando margen para peleas y desencuentros, les estaremos ayudando a encontrarse, dialogar, comunicarse y resolver a su manera. Y al poder mostrar lo negativo, el desacuerdo, la agresividad (con límites, con mesura) permitimos que el malestar no sea un tabú, algo que tenga que esconderse bajo un semblante de continuo bienestar.
La rivalidad como oportunidad
Nuestros hijos necesitan que podamos escuchar e intentar comprender aquello que está sucediendo desde su lugar, no desde el nuestro. Sólo entendiendo desde su lugar podemos dar a cada uno lo que necesita: no se trata de igualdad sino de equidad.
Evitando reprimirla. La rivalidad lógica y esperable entre hermanos puede ser una oportunidad para crecer si logramos no interferir. Porque pueden olvidar la necesidad de enfrentarse, y porque les permite diferenciarse, pudiendo reconocerse como alguien único y distinto de los demás.
No, no podré darte lo mismo. Te daré algo mejor: algo diferente que tú necesites.
Y vosotras Malasmadres, ¿cómo habéis vivido la experiencia con vuestros/as buenoshijos/as?
Pero de lo que hablas no es educar….es enseñar….es amar… Eso será diferente… Pero ni menos ni más…
Educar educarás igual… enseñarás los mismos valores, a respetar, a pedir por favor. A dar las gracias…
Creo que son conceptos diferentes…