Reconozco que a veces soy de ideas fijas y me cuesta cambiar de opinión, dar la espalda a lo que creía que era lo mejor y probar algo nuevo. La matenidad es, sin duda, una de las experiencias que me han ayudado a opinar de diferente modo y actuar en consecuencia. A veces nuestras creencias hacen que obremos de una manera u otra pensando que es algo inamovible, pero las personas cambiamos y nuestras creencias, por tanto, también. Hoy nuestra colaboradora Leonor Cabrera nos invita a no tener miedo a cambiar de opinión y mucho menos a sentirnos mal por ello. ¿Nos acompañas?
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Este post debería ser sobre otro tema. Sin embargo (espero que me perdone Amelia, responsable de contenidos del Club) he cambiado de opinión esta misma mañana porque una amiga con la que he echado un café me ha contado lo poco que le gusta su vida actual, lejos de su tierra, de su familia, con un trabajo que ya no le llena y sintiéndose presa de esas decisiones que tomó hace ya demasiados años.
No sé las conexiones neuronales que tienen mi cerebro, pero de inmediato he recordado algo que leí hace poco no sabía donde y que hablaba del derecho que todas las personas tenemos a cambiar de opinión. Una búsqueda en Google me lleva a una página que habla sobre los tres derechos enumerados por Humberto Maturana, biólogo y filósofo. ¡Bingo! Ahora recuerdo que alguien me habló sobre él, busqué información y leí sobre esos tres derechos de los que él habla y que son el derecho a equivocarse, a cambiar de opinión y a irse.
A mí me tocó en especial leer que las personas tenemos derecho a cambiar de opinión. Y me tocó porque es algo que a mí cuesta. En ciertos ámbitos de mi vida me comporto con demasiada rigidez. Para mí es habitual que mi palabra sea ley y, como tal, me siento comprometida con ella aún cuando pasa el tiempo y esa palabra ya ha caducado.
¿Y qué sentido tiene comprometerse con algo que ya no refleja quien eres?
El otro día en el gimnasio (ay, cuanto juego para los posts me da el gimnasio) había una compañera ofuscada con su hijo porque se había apuntado a hacer balonmano y ahora quería dejarlo porque prefería jugar con el equipo de waterpolo, actividad a la que también estaba inscrito. Ella insistía en que tenía que seguir con el balonmano porque se había apuntado y comprometido a hacerlo y que debía de aguantar hasta el final de la temporada costara lo que costara. Entonces pensé, “pobre niño, condenado a jugar al balonmano sin gustarle”. Parece que él no tiene derecho a cambiar de opinión.
Las personas cambiamos. Experimentar algo también cambia el concepto que tenemos sobre ese algo. Cuántas veces hemos soñado con lograr o conseguir algo y cuando lo hemos logrado nos hemos dado cuenta de que no es en realidad lo que queremos.
A la hora de trabajar con los clientes de coaching sus objetivos es muy importante lo que denominamos la ecología. Cuando hablamos de ecología nos referimos a comprobar si ese objetivo es sostenible o no, tanto para el cliente como para las personas que le rodean. Podríamos decir que comprobar si un objetivo es ecológico para alguien es algo así como hacer la prueba del algodón. Hay ocasiones en las que un objetivo aparece ahí brillante, reluciente, tan deseable… Pero cuando lo miras de cerca, carece de ecología. No es sostenible y, como pasaba con la prueba del algodón de aquel detergente del anuncio, estaba sucio.
- Puede no ser sostenible irte a 500 kilómetros de tu casa por un trabajo que te va a dar dinero y éxito.
- Puede no ser sostenible trabajar doce horas al día para sacar adelante tu empresa.
- Puede no ser sostenible algo que es contrario a tus valores aunque te dé de comer.
Pero sólo cuando andamos ese camino es cuando nos damos cuenta de que ese camino carece de sostenibilidad. Es ahí cuando conviene reivindicar ese derecho a cambiar de opinión para ser felices, para cuidarnos y para da espacio a lo que sentimos en nuestro corazón.
Por encima de los compromisos, de “los tengo que” y de los “yo he luchado tanto por esto”. Y, ojo, no te hablo de tirar la toalla o de incumplir tu palabra. Simplemente te hablo de dejar un espacio para probar, para experimentar y para sentir si eso es en realidad lo que quieres o no en tu vida. Y si no es lo que quieres, saber que tienes derecho a cambiar de opinión de forma respetuosa contigo y con los otros.
Si echo la vista atrás quien soy ahora no tiene nada que ver con quien era hace diez años. Mi profesión es diferente (antes trabajaba en un periódico, ahora me dedico al mundo del desarrollo personal), mi pareja también ha cambiado y las prioridades en mi vida han dado un vuelco radical. Las opiniones y las creencias de esa Leonor muy poco tienen que ver con las de la Leonor de ahora. Si ya no soy la misma, ¿cómo voy a opinar igual? Estos diez años de experiencia han tenido que servir para algo más además de para tener más canas y más arrugas. Mis opiniones evolucionan con mi evolución personal y ya no puedo opinar igual que antes porque ya no soy la misma persona que antes.
¿Cómo te llevas con eso de cambiar de opinión? ¿Te aferras a tus opiniones o tienes cintura para cambiar? ¿Si hubiera una opinión que pudieras cambiar en tu vida, cuál sería?
Me ha gustado mucho lo que dices del cambio respetuoso con una misma, y con los demás, por supuesto. A mí me ha costado mucho (y me sigue costando todavía) lo del autorrespeto. Supongo que tengo tan interiorizado lo del compromiso personal que algunos cambios me cuestan la vida (en sentido casi literal). Tener el derecho a cambiar de opinión realmente ha supuesto un descubrimiento, y ahora el desafío es hacérselo entender a mis hijos, después de machacarlos durante años con la misma educación “comprometida” que yo tuve. Creo que alcanzar un punto medio será el próximo paso.
Ánimo con ello, Lola. Un abrazo.
Hola Leonor, puedo reconocerme a mí misma en lo que describes. Mi tendencia al “esto es así y punto”, la identifiqué gracias a un curso de mindfulness y, desde entonces, soy más consciente de que la personalidad no es algo estático. Desde esa visión, soy más amable conmigo misma y me permito cambiar de opinión, no porque sea una veleta, sino más por la necesidad de adaptarme constantemente a las situaciones a las que me enfrento.
Gracias por tu post!
Gracia a ti por contar tu experiencia. Eso de intentar ser más amable contigo suena muy bien. Saludos.
Me ha encantado! El cambio me gusta… te hace evolucionar y descubrir de lo que eres capaz… cambiar de opinión (siempre manteniendo tus valores) creo que te permite evolucionar.
A mi hijo le intento enseñar a adaptarse a que los cambios no tienen porque dar miedo, ni los externos ni los internos… con dos años y medio le cuesta pero es algo que creo que a la larga le ayudara a ser una gran persona..
Pues sí, Cristina. Y muy interesante eso que dices de mantener los valores. Para mí eso es lo importante: cambiar de opinión pero manteniendo los valores. Un saludo y gracias por tu comentario.
Efectivamente, es cambiar de opinión, no “haberse equivocado” en su día. Lo que opinamos ayer era lo correcto, en su momento, y después las circunstancias cambiaron y de repente ya no lo es. No nos equivocamos, en ese momento, con esa decisión: simplemente, la vida nos ha llevado por otro camino, y es necesario adaptarse. Lo que se pueda dejar atrás, pues dejarlo. Lo que no se pueda, moverse en torno a ello y adaptarlo a la actualidad.
Así es Tere. Un saludo.
Me encanta el post!!! Yo también he cambiado en muchas cosas y ufff vaya lucha he tenido conmigo misma. Lo primero que cambié fue mi manera de ver la educación de mis hijos, esa no me ha costado tanto. Siempre quise ser madre y por circunstancias de la crisis dejé de trabajar y pensé que era lo que siempre había querido, cuidar de mis hijos… y me sentí ahogada, me falseaba una parte por desarrollar y sentí que me traicionaba a mí misma… finalmente acepté que puedo necesitar otras cosas ( me tuve que hacer un master de Inteligencia Emocional para ello jeje) y ahora estudio psicológia. Aún sigo arrastrando algunos cambios de decisión, así que Mil gracias por tus palabras de hoy, porque animan a seguir
Gracias a ti por contar tu caso. Un fuerte abrazo, Belén.