Cuando pensamos en la idea de tener un hijo o una hija, mil ideas nos vienen a la cabeza y nos invaden los pensamientos, nuestras ilusiones, nuestros deseos, la idealización de un bebé que se convierte en niño, adolescente y adulto perfecto, sano, educado, que cumple todos los estándares que teníamos en nuestra mente, sin salirse de ellos en ningún caso.
Esto es muy beneficioso para la sociedad, ya que estos pensamientos favorecen el crecimiento poblacional y la natalidad, ya que nos impulsan a pensar en lo positivo de procrear como especie y no en aquello que pueda frenarnos a ello.
Sin perder de vista la importancia que esto tiene y lo positivo que es, también es esencial que pongamos los pies sobre la tierra y tengamos expectativas mínimas, que se puedan ver cumplidas o que mejor aún, se puedan ver cambiadas sin hacernos sentir decepción o fracaso.
Y ¿por qué hablamos de expectativas básicas?
En muchos casos podemos pensar en ciertos aspectos fundamentales o determinantes para la vida, como es la salud, en cuyo caso todos estamos de acuerdo en que es una expectativa que nos preocupa y común a todos a la hora de tener hijos o hijas.
Pero existen otras expectativas que pueden ser menos relevantes como pueden ser el sexo, las cualidades físicas (color de ojos, piel, pelo…), la talla, los gustos, si se parece más a mi o a mi pareja, si sigue mis tradiciones familiares, si se llama o no como yo elijo…
Este tipo de expectativas no son determinantes para la vida y deberíamos saber trabajarlas para aceptar con plenitud a nuestros hijos e hijas tal y como son y de este modo, poder favorecer un vínculo de apego seguro e incondicional, de estabilidad y calma, de afecto, respeto y amor.
A veces las expectativas las hemos adquirido a través del bombardeo que recibimos a nivel social, donde ya desde el principio nos venden que las contracciones de parto son como un dolor fuerte de regla, y partiendo de ahí a veces se desencadena todo. Porque quizás tras un parto doloroso, complicado, largo o poco respetado, no sientas ese amor a primera vista que te contaron al ver a tu bebé o estés demasiado cansada para poder cogerle en brazos como te hubiera gustado, o quizás necesites unos días para comprender tu cóctel hormonal propio de un posparto.
Necesitamos tiempo para descubrir que no todos los niños/as comen bien, ni se enganchan a la teta o toman el biberón sin dificultad desde el primer día, ni duermen toda la noche en sus cunas dentro de sus habitaciones, ni lloran solo si están malos o necesitan cambiar su pañal, que no todos los niños dicen su primera palabra antes del año ni caminan antes del año y medio.
Que hay diferentes tipos de crianza y debemos transitar nuestro camino para encontrar la dirección que más nos guste y convenga, y sobre todo, que podemos escoger una opción y más tarde cambiar a la contraria, porque la primera no nos esté funcionando o no nos termine de gustar. Porque ser imperfectos y cambiar de opinión nos hace más humanos.
Y todo esto, es fundamental para no ponernos unas expectativas como madres y padres totalmente inalcanzables. La maternidad y la vida ya son suficientemente complicadas como para ponernos más trabas a nosotros mismos, sin tener en cuenta las que se nos irán presentado sin buscarlas.
Debemos poner el foco en lo fundamental, en lo estrictamente necesario, y ¿a qué llamamos valores fundamentales?
- La salud. No es negociable debemos buscar que nuestros hijos e hijas crezcan en un ambiente saludable. No solo a nivel físico sino a nivel emocional. Nos tenemos que plantear su salud mental como algo innegociable. Nuestra generación está empezando a tomar conciencia de lo importante que es cuidarse a nivel emocional, quererse, darse valor, favorecer nuestra autoestima, hablarse bien a uno mismo. Si ellos y ellas crecen con este planteamiento, lo interiorizarán como natural y no tendrán que aprenderlo de adultos.
- La felicidad. Debemos buscar la felicidad en aquello que nos lo de. No enfocarnos tanto en lo material, sino más bien en aquellos hechos o situaciones que nos proporcionan felicidad, como puede ser dar un paseo en bici, jugar un rato juntos, cenar un picnic en la alfombra del salón o bañarnos juntos en la bañera. Cada noche antes de irnos a dormir podemos preguntarnos ¿qué te ha hecho hoy feliz? Y esperar a oír sus respuestas.
- Necesidades básicas. La educación, el sueño, la alimentación o la higiene, son aspectos que sí nos deben ocupar, que no preocupar, de nuestros hijos e hijas. Debemos enseñales a comer bien, disfrutando de la compra, de los momentos de comida en familia, dando ejemplo, cocinando juntos si se puede, dándole valor a este placer que es comer, sin presión, respetando sus gustos y sin enfrentamientos.
- El sueño tiene sus fases y etapas y debemos saber acompañarlas de manera adecuada, con mucha paciencia y generosidad.
- En cuanto a la higiene, es fundamental enseñarles a cuidar de su cuerpo, queriéndolo, conociéndolo, ganando autonomía y aprendiendo a cuidarse poco a poco solos.
- En cuanto a la educación, es básico educar en valores y transmitirles unos aspectos fundamentales para crecer en el colegio. Debemos valorar más el esfuerzo y no tanto la nota. Son valores fundamentales pero que nos harán rebajar expectativas respecto a la crianza de nuestros hijos e hijas.
Si comprendemos que estos aspectos son los fundamentales de la vida, podemos aprender a disfrutar de la maternidad y la paternidad de un modo mucho más sencillo, calmado y pleno.
El amor hacia un hijo debe ser incondicional, y no debe medirse por las expectativas cumplidas que nosotros idealizábamos en nuestras cabezas desde antes de que existieran, porque cada pareja tiene expectativas diferentes y cada pareja formada por dos integrantes posee a su vez distintas expectativas que son casi inalcanzables para un hijo o hija.
Quizás nuestro hijo o hija no tenga nuestros ojos, no le guste leer o tocar el piano como venía siendo tradición familiar desde hacía décadas o no quiera ser médico como lo han sido todas las generaciones de mujeres de la familia, pero eso no tiene que hacer que nos perdamos o dejemos de disfrutar del gran hijo o hija que hemos traído al mundo, con sus infinitas cualidades, sus incontables valores, sus diferentes talentos y sus ganas de comerse el mundo.
Es necesario que nosotros como adultos cambiemos la mirada y les hagamos libres, seguros, confiados, resilientes, persistentes, tenaces, resolutivos o constantes para alcanzar las metas que se propongan, pudiéndose apoyar en nosotros para coger impulso y seguir volando lejos.
Hola
En lo personal yo tengo muchas expectativas con mis hijas pero esto me ha acarreado muchas angustias y sentirme frustada, porque yo al tener una carrera universitaria espero de ellas que me superen pero creo que lo hago màs que nada por lo que dicen mis herman@s y la demàs gente, creo que nos dejamos llevar por lo que dicen los demàs y no por lo que uno siente o piense y caemos en el error de estar sobre nuestros hijos presionàndolos.
Buenos días,
muy buenos consejos, con valores y perseverancia todo sale… además en estos tiempos nunca se sabe que es mejor..
Besos!
A. Moreno